Por Johan Pérez.
Bellavista, Colombia, una de las cárceles más hacinadas de Medellín,
con siete mil presos que perdieron, además de su libertad, la dignidad
humana. El nuevo hogar de Juan Mosquera Mosquera por los próximos 39
años de su vida mostraba mucha similitud con los remedos de familia que
conoció desde que quedó huérfano. Sicario de Pablo Escobar, expolicía
convertido en delincuente y narcotraficante. El expediente judicial de
Juan incluía todos los motivos para que nadie se atreviera a liberarlo.
Él había llevado una vida solitaria desde niño. Nació en 1967, en el
departamento de Chocó, localizado en el noroeste de Colombia, y desde su
nacimiento conoció el sufrimiento. Su padre, Pedro José, evadió su
responsabilidad y lo abandonó, tal como hizo con otros 39 hijos que tuvo
con diversas mujeres.
A los 10 años, Juan perdió a su mamá y se quedó al cuidado de la
hermana de su padrastro, que lo sometió, pese a compadecerse de él, a
una existencia llena de rigores. Dos años después, empezó a cultivar
plátanos para sostenerse y apoyar a uno de sus hermanos menores.
Al cumplir 14 años decidió estudiar y se marchó a un pueblo cercano, en
el que residía una tía que lo acogió y le prodigó afecto. Además, le
reveló que su padre vivía en la misma jurisdicción; ella trató muchas
veces de interceder para concretar un encuentro.
La reunión se posibilitó por medio de uno de sus 39 hermanos, al que
conoció accidentalmente. Mosquera, conocido como ‘Chencho’, se
reconcilió con su padre, que le pidió perdón por haberlo abandonado;
luego, lo acogió en su casa.
‘Chencho’ pasó un tiempo al lado de su padre y con su apoyo se dedicó a
estudiar. Sin embargo, un día, cuando tenía 17 años, fue maltratado por
Pedro José por haberse ido a jugar fútbol. Entonces, surgió el
desencanto y decidió abandonar la casa paterna e independizarse.
Lejos de su papá, avanzó en sus estudios y se convirtió en un alumno
que sobresalía por sus altas notas. Por aquellos días, soñaba con
ingresar a la universidad, estudiar matemáticas y física, y hablar
inglés con fluidez.
Sin embargo, sus sueños se estrellaron contra un embarazo no
planificado. Cursaba el décimo ciclo de bachillerato y la muchacha con
la que salía quedó encinta. En ese instante, se prometió no cometer los
mismos errores que su padre y asumió su responsabilidad con alegría.
Policía delincuente
En 1988, con una niña en brazos y cargado de muchas ilusiones, decidió
mudarse a Medellín, capital del departamento colombiano de Antioquia, la
ciudad más violenta del mundo debido al accionar delictivo del
narcotraficante Pablo Escobar, ‘el Patrón’.
Cierto día se le presentó la oportunidad de ingresar a la Escuela de la
Policía Nacional de Colombia y, a partir de allí, se enfrentó cara a
cara con la inseguridad que reinaba en Medellín. Hombre de campo
acostumbrado a una existencia tranquila, descubrió que la vida no valía
nada para los sicarios de Escobar, que controlaban las calles.
En muchas oportunidades estuvo a punto de morir mientras cumplía sus
labores, pero siguió vistiendo el uniforme policial varios años más.
Abrumado por ver tanta sangre y luego de separarse de la madre de su
hija, tomó un curso en la Escuela Carlos Holguín, de Medellín, se
integró a la banda de guerra de la Policía Nacional de Colombia como
corneta mayor y se dedicó a laborar lejos de la violencia. Sin embargo,
después de un tiempo de calma, un compañero corrupto lo convenció y
empezó a trabajar para ‘el Patrón’; así participó en diversos atracos,
extorsiones y asesinatos.
Al inicio de los años noventa, mientras servía al mal, conoció a María
Lilian Torres, su actual esposa, quien se enamoró de él y soportó con
estoicismo su equivocado proceder. Después, al ser implicado en un caso
de extorsión a un comerciante, Mosquera fue expulsado de la Policía y
condenado a purgar 18 meses de cárcel.
Una vez en libertad y cargado de un odio inmenso por la institución que
lo había cobijado, se unió a una de las bandas criminales más temidas
de la historia de Medellín: ‘La Terraza’, una confederación de
delincuentes, exmilitares y expolicías que por aquellos días estaba al
servicio del narcotráfico.
De ese modo, se volvió un esbirro que delinquía a cambio de un pago
mensual de dos millones de pesos colombianos (alrededor de tres mil
dólares). Después, harto de recibir un puñado de dinero, dejó en 1993
‘La Terraza’ y se alió con otros 16 expolicías, con los que desató una
ola de robos a bancos, corporaciones empresariales y casas lujosas.
En 1995, durante un operativo montado para desbaratar la organización
que integraba, Mosquera fue apresado por un excompañero de la Policía
que estuvo a punto de ultimarlo. Luego de su captura, lo enviaron a la
cárcel de Bellavista, acusado de homicidio, robos agravados y tenencia
ilegal de armas.
Encuentro con el Señor
Acostumbrado a divertirse con mujeres de mala vida y beber brandy con
leche, se topó con una nueva visión del mundo en Bellavista: el
Evangelio de Dios. Al principio, incrédulo, se burlaba del pastor
evangélico Óscar Osorio, quien trataba de enseñarle la Palabra.
–Cada loco con su tema. Usted con lo suyo, yo con lo mío –le decía.
Poco a poco, la fe cristiana entró en su vida. Juan no se percataba de
que mientras él se burlaba de los seguidores evangélicos, Jesucristo le
prodigaba amor y trataba con suma seriedad los avatares de su
existencia. Al respecto, el pastor Osorio le había advertido: “Algún día
te veré reunido con nosotros”.
Así, temeroso del Creador, Juan Mosquera escuchó en un culto el
versículo Romanos 7:7, que aborda el pecado, y desde ese instante cambió
su vida. Días después, el 25 de noviembre de 1995, dobló las rodillas y
decidió entregarle su vida a Dios.
Al poco tiempo, le mandó una carta a su esposa, en la que le decía: “Te
saludo en el nombre del Señor Jesucristo…”. Ella no podía creer lo que
sus ojos veían. Juan, por su parte, estaba decidido a cambiar. A partir
de entonces, comenzó a estudiar la Biblia día y noche. Además, le
solicitó a su mujer que buscara a Dios y encontrara una iglesia para
congregar. Era tal su interés por el cristianismo que se volvió un
portavoz de las buenas nuevas en la prisión de Bellavista.
Por sus múltiples delitos, también tuvo que someterse a diversos
juicios. Asimismo, debió afrontar un par de traslados que lo llevaron a
conocer dos de las cárceles más peligrosas de Colombia: San Bernardo,
ubicada en Armenia, y Villahermosa, localizada en Cali.
En 1998, luego de ser sentenciado en primera instancia a 39 años de
prisión, Mosquera pidió clemencia. Durante el proceso, se defendió
personalmente en los juzgados de su país. Con un alegato basado en el
Código Penal colombiano, logró que lo exculparan de los delitos más
graves. Sin embargo, la justicia le impuso una pena de seis años de
cárcel.
Siervo del Señor
En el 2001, tras salvarse de morir en el terremoto que azotó Armenia el
25 de enero de 1999, fue puesto en libertad y luchó contra el estigma
de ser un mal policía que había caído en las garras de la delincuencia.
Urgido de un trabajo para sostener a sus cuatro hijas y su esposa, no
tuvo más remedio que vender limones en la calle para ganarse la vida.
Tratado de loco por sus vecinos y tentado de regresar al mal por sus
excómplices en más de una ocasión, nunca se rindió ante la adversidad y
jamás abandonó el Evangelio. Su fe en el Creador lo llevó a congregar en
una iglesia evangélica luego de escuchar a una de sus abuelas, que se
había convertido a los 85 años.
Hoy, Juan Mosquera Mosquera sirve a Jesucristo. Su mayor objetivo es
que más personas que no conocen el Evangelio vuelvan la vista a las
buenas nuevas. Atrás quedó para él esa vida disipada que lo condujo a
los brazos del mal y lo hundió en un presidio. Su testimonio, cargado de
fe, demuestra que el Señor todo lo puede.
Fuente: impactoevangelistico.net
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