vicios
noviembre 25, 2016
Según el Libro del Apocalipsis, ¿Quién es la “Ramera de la gran Babilonia”?
La Ramera (Ap 17-18): Hemos notado que la ramera, conocida como la gran Babilonia, simboliza a la ciudad capital del imperio. Y se caracteriza por dos vicios: la prostitución y la embriaguez. Es por eso la denuncia contra ella y se concentra con bastante énfasis en los aspectos como el poder económico y político y en esa sangrienta persecución de todo disidente (17:6; 18:24; 19:2).
En todo imperio, el centro (la capital y las cabeceras provinciales con sus élites) se enriquece a expensas del sector empobrecido.
En el caso especifico de la ramera, a diferencia de estas dos bestias, hay claras referencias a los pecados económicos pero el texto no tiene ninguna referencia a su idolatría.
En el cap. 17 es rico en ironía vigorosa y hasta burlesca.
La época de la Pax Romana, cuando esa “Ciudad Eterna” parecía invencible y muchos pueblos adoraban a Roma, el profeta pinta un cuadro completamente distinto. Roma se cree una diosa, pero no; es todo lo contrario ¡es la gran Ramera, madre de todas las rameras!
Para la iglesia, en cambio, es madre pura (12:1-2) la “desposada, dispuesta como una esposa ataviada para con su marido” (19:7, 21:2,9). La prostituta cabalga, y no sobre un caballo blanco como si fuera una diosa en alguna estatua ecuestre, sino sobre una asquerosa bestia escarlata, con siete cabezas y diez cuernos.
En el imperio romano es una bestia, inspirada por un dragón, y la ciudad capital es una ramera que anda montada sobre ella, borracha con sus nauseabundeces y con la sangre de sus víctimas (17:6; 18:24).
En este “drama del dragón”, en que la ramera es el último personaje, hay un profundo significado teológico, tanto a la demonología como para la teología de la política. A diferencia del énfasis en los evangelios sinópticos acerca de la posesión demoníaca de individuos, en Pablo y el Apocalipsis Satanás se mueve exclusivamente al nivel de “poderes y potestades”.
En el relato del dragón, detrás del imperio, es el mismo diablo. Esta Bestia simboliza al imperio como tal, y el falso profeta a todas las fuerzas religiosas e ideológicas (sacerdocio oriental, culto imperial, magia, filosofía) que se ponen a las órdenes de este imperio. La tremenda prostituta, montada sobre la Bestia, es la gran Roma, capital del imperio.
La ramera, que aparece por primera vez en el capítulo 17, desaparece del escenario a finales de ese capítulo cuando es desnudada y quemada por sus propios amantes (17:16-17).
Hay un detalle interesante, y hermoso, esa simetría con que Juan estructura este largo relato. La ramera, la última en entrar al escenario, es justamente la primera en salir. Las dos bestias, que aparecen en segundo y tercero lugar (13:1,11), son también segunda y tercera en ser juzgados, cuando son lanzadas al lago de azufre y fuego (19:20). Esto deja al dragón sólo, al igual como estaba al final del capítulo doce.
Sorprendentemente, Dios no echa al diablo al infierno también, junto con sus dos aliados, sino que a este le da mil años de prisión preventiva (20:1-3). Esto le da mayor fuerza dramática al final de este relato: el dragón, cuando es liberado, no cambio en nada es mas pretende provocar otra guerra más (20:7-10) y ahora sí, al fin, es lanzado a ese castigo eterno. De este modo, es el primero en entrar (12:3) y el último en salir.
Fuente: Diario Cristiano Web
En todo imperio, el centro (la capital y las cabeceras provinciales con sus élites) se enriquece a expensas del sector empobrecido.
En el caso especifico de la ramera, a diferencia de estas dos bestias, hay claras referencias a los pecados económicos pero el texto no tiene ninguna referencia a su idolatría.
En el cap. 17 es rico en ironía vigorosa y hasta burlesca.
La época de la Pax Romana, cuando esa “Ciudad Eterna” parecía invencible y muchos pueblos adoraban a Roma, el profeta pinta un cuadro completamente distinto. Roma se cree una diosa, pero no; es todo lo contrario ¡es la gran Ramera, madre de todas las rameras!
Para la iglesia, en cambio, es madre pura (12:1-2) la “desposada, dispuesta como una esposa ataviada para con su marido” (19:7, 21:2,9). La prostituta cabalga, y no sobre un caballo blanco como si fuera una diosa en alguna estatua ecuestre, sino sobre una asquerosa bestia escarlata, con siete cabezas y diez cuernos.
En el imperio romano es una bestia, inspirada por un dragón, y la ciudad capital es una ramera que anda montada sobre ella, borracha con sus nauseabundeces y con la sangre de sus víctimas (17:6; 18:24).
En este “drama del dragón”, en que la ramera es el último personaje, hay un profundo significado teológico, tanto a la demonología como para la teología de la política. A diferencia del énfasis en los evangelios sinópticos acerca de la posesión demoníaca de individuos, en Pablo y el Apocalipsis Satanás se mueve exclusivamente al nivel de “poderes y potestades”.
En el relato del dragón, detrás del imperio, es el mismo diablo. Esta Bestia simboliza al imperio como tal, y el falso profeta a todas las fuerzas religiosas e ideológicas (sacerdocio oriental, culto imperial, magia, filosofía) que se ponen a las órdenes de este imperio. La tremenda prostituta, montada sobre la Bestia, es la gran Roma, capital del imperio.
La ramera, que aparece por primera vez en el capítulo 17, desaparece del escenario a finales de ese capítulo cuando es desnudada y quemada por sus propios amantes (17:16-17).
Hay un detalle interesante, y hermoso, esa simetría con que Juan estructura este largo relato. La ramera, la última en entrar al escenario, es justamente la primera en salir. Las dos bestias, que aparecen en segundo y tercero lugar (13:1,11), son también segunda y tercera en ser juzgados, cuando son lanzadas al lago de azufre y fuego (19:20). Esto deja al dragón sólo, al igual como estaba al final del capítulo doce.
Sorprendentemente, Dios no echa al diablo al infierno también, junto con sus dos aliados, sino que a este le da mil años de prisión preventiva (20:1-3). Esto le da mayor fuerza dramática al final de este relato: el dragón, cuando es liberado, no cambio en nada es mas pretende provocar otra guerra más (20:7-10) y ahora sí, al fin, es lanzado a ese castigo eterno. De este modo, es el primero en entrar (12:3) y el último en salir.
Fuente: Diario Cristiano Web