roba motos
mayo 13, 2017
De roba motos a hombre de Dios
Luis Huaura convivió con el pecado desde los seis años. Pasó más de un tercio de su existencia en prisiones del Perú. De ese perverso mundo de inmundicias pudo salir con la ayuda de Dios.
Luis Huaura convivió con el pecado desde los seis años. Pasó más de un tercio de su existencia en prisiones del Perú, donde creyó reinar y se convirtió en capo. De ese perverso mundo de inmundicias pudo salir con la ayuda de Dios.
A finales del mes de setiembre de 2001, tras celebrar el primer año de existencia de su hija Andrea, Luis Huaura fue detenido luego de robar una moto en compañía de su hermano Juan. En seguida, las autoridades lo procesaron y, en menos de una semana, fue internado en el penal de Lurigancho, una de las cárceles más salvajes del mundo según Amnistía Internacional...
En septiembre del 2013, luego de cumplir su condena y de ayudar a engrandecer la labor evangelizadora de la Obra de Dios en el penal de Lurigancho, Luis Huaura Arroyo fue excarcelado. Al instante, se dedicó a testimoniar cómo el Señor había logrado rescatarlo de las garras de la delincuencia. Más adelante fue acogido por el MMM del Perú...
La primera vez que robó apenas tenía diez años. Abandonado a su suerte, creció en medio de la delincuencia, la pobreza y el desamparo. Líder de un grupo de pequeños ladrones, fue un chico que siempre estuvo al frente a la hora de pelear, buscar problemas o delinquir. Esa osadía, de la que se jactaba, lo condenó a pasar más de un tercio de su vida en la cárcel. Sin embargo, hoy en día, después de conocer el Evangelio en la prisión, Luis Huaura Arroyo es un siervo audaz de Dios.
Parado en la entrada de una iglesia del Movimiento Misionero Mundial, situada en la periferia de la ciudad de Lima, Luis intenta explicar la transformación que cambió el rumbo de su existencia. Entonces, abrazado a su Biblia, dice que, como en cualquier historia, debe empezarse por el inicio. Luego, declara: “Nací en San Juan de Lurigancho, uno de los distritos más peligrosos de Lima, el 24 de agosto de 1982. Mis padres se separaron cuando tenía alrededor de seis años de edad”.
El divorcio de sus progenitores, Isabel Arroyo y Guillermo Huaura, conforme a su testimonio, fue el detonante para lo que vivió luego: una infancia carente de amor. A partir de allí, las calles del barrio de Huáscar lo acogieron como su hogar. Acompañado de sus hermanos Víctor y Juan, fue un niño travieso que aborrecía estar en su casa de esteras y prefería perder el tiempo en una esquina molestando a la gente. La maldad, poco a poco, lo atrapó y lo condujo por el mal camino.
Adolescencia cruel
Acostumbrado a dormir con sus hermanos y su padre en una misma cama, Huaura recuerda que su malicia se acrecentó a inicios de la década de los noventa, en el trayecto a la adolescencia. En esa etapa, el alcohol se convirtió en su compinche inseparable y cosechó el alias de “El chato Lucho” debido a su escasa estatura. Su temeridad, asimismo, lo llevó a liderar una pandilla de vagos, llamada “La frontera”, con la que robaba en los mercados y buscaba problemas a grupos enemigos de su barrio.
En aquel momento, cargado de un gran odio debido a la falta de protección familiar, descubrió que sus puños y su inteligencia podían ayudarlo a sumergirse en los bajos mundos. Alumno problema que abandonó los estudios a la mitad de la secundaria, aprendió también, con prontitud, que inhalar pegamento le producía una efímera sensación de alegría. Igualmente, experimentó los rigores de una comisaría, a muy corta edad, debido a que fue capturado luego de perpetrar un robo.
Cuando su vida se deslizaba hacia la criminalidad, Luis dice que su hermano mayor, Alberto Huaura, fruto de una relación anterior de su papá, lo alojó en su domicilio, ubicado en el barrio El Carmen del distrito de Comas, al otro lado de la ciudad, para distanciarlo de las malas juntas. Lejos de sus camaradas, jamás dejó de pensar en la forma de hacer dinero fácil. Y tan pronto consiguió un puesto de trabajo, como cobrador de una tienda, fue una vez más un ser despreciable.
Roba motos
En Comas, el cuarto distrito más poblado del Perú, Huaura dejó de ser un aprendiz de ladrón y se graduó de delincuente, con rapidez, pues mostró sus habilidades para las fechorías en más de una ocasión. Con la misma prisa, fue padre el 25 de setiembre de 2000, treintaidós días después de alcanzar la mayoría de edad, de una niña a la que llamó Andrea Isabel. Sin temor a nada, se relacionó con temibles asaltantes, rufianes con prontuario y malos individuos de toda calaña.
En esa época, aprovechó la información privilegiada con la que contaba, por su labor de recaudador, para cometer un rosario de actos ilícitos. Montado sobre una moto, fue un eficaz informante de malhechores, a quienes les proporcionaba datos precisos de objetivos sencillos. Asimismo, se especializó en hurtar motocicletas, que luego vendía en el mercado negro de Lima. Pistola en mano, y secundado por una gavilla de forajidos, sembró el terror en los suburbios del norte de Lima.
A finales del mes de setiembre de 2001, tras celebrar el primer año de existencia de su hija Andrea, Luis Huaura fue detenido luego de robar una moto en compañía de su hermano Juan. En seguida, las autoridades lo procesaron y, en menos de una semana, fue internado en el penal de Lurigancho —una de las cárceles más salvajes del mundo según Amnistía Internacional y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos—, donde lo esperaban amigos delincuentes de su familia paterna.
Delincuente reincidente
Dentro de Lurigancho, apadrinado por un ‘taita’ de la prisión, se coló en las grandes ligas de la delincuencia limeña sin sufrir mayores daños. Experto en la lucha cuerpo a cuerpo y sagaz con los cuchillos, siempre anduvo con los presos más temibles y se ganó el respeto de los demás internos a puñetazos. Fueron dieciocho meses de encierro en los que, además de surcarse los brazos con filudos verduguillos, recolectó una serie de contactos que lo ubicaron apenas salió libre.
Después de dejar el presidio, “El chato Lucho” regresó a las andanzas. Más avezado y violento que antes, ejecutó una infinidad de atracos a farmacias, grifos, tiendas, empresas y establecimientos comerciales. La libertad le duró apenas dieciséis meses. El 26 de julio de 2004, luego de un atraco frustrado, fue nuevamente internado en Lurigancho. En su retorno a la cárcel, sus antiguos compañeros lo aclamaron y lo etiquetaron como uno de los reclusos más temidos.
Al recordar su segunda estadía en Lurigancho, Huaura destaca que estuvo marcada por la furia, la desgracia y las coimas. Testigo del oscuro accionar del sistema penitenciario peruano, fracasó al dar un batacazo a los líderes de su pabellón y pagó su osadía con el destierro a la peor zona del penal. Pronto, tras vivir con los locos y sidosos, se volvió la mano derecha de uno de los psicólogos de la penitenciaría, quien lo ayudó a retornar a las calles luego de cinco años de encierro.
Reclusión final
La segunda libertad de este exmaleante, reconvertido hoy en hombre de fe, duró tan solo dos meses. Al respecto, afirma que nunca paró de delinquir durante ese tiempo. Habituado a robar un promedio de mil dólares diarios, cayó preso el 26 de setiembre de 2009 y de inmediato fue recluido en el penal de Huacho, localizado a 150 kilómetros de Lima, donde se transformó primero en ‘taita’ y luego en un capo carcelario gracias a la venta de drogas enviadas desde fuera.
Empero, un día de 2011 su imperio se derrumbó debido a la intervención de delincuentes provenientes del Callao. Envuelto por el infortunio, luego de ser batuqueado, fue trasladado a Lurigancho. Allí, entre colegas de robos, tocó fondo por culpa de la pasta básica. Sin esperanza y al borde de la locura, vivió los peores momentos de su historia. Sin embargo, el 22 de diciembre de 2011, la Palabra de Dios llegó para rescatarlo de la inmundicia en la que se encontraba postrado.
Según sus declaraciones, el credo del Señor contribuyó a hacerlo cambiar y a convertirlo en una persona de bien entre rejas. En ese sentido, apunta que descubrió las buenas nuevas por el trabajo evangelizador del Movimiento Misionero Mundial. Asimismo, narra que, desde el primer instante, se comprometió con el Creador y se sometió a su dirección. Anonadado por las Escrituras, hizo un pacto con el Evangelio que lo transportó a los pies de Cristo y lo introdujo en la senda del bien.
Hombre de Dios
En septiembre del 2013, luego de cumplir su condena y de ayudar a engrandecer la labor evangelizadora de la Obra de Dios en el penal de Lurigancho, Luis Huaura Arroyo fue excarcelado. Al instante, se dedicó a testimoniar cómo el Señor había logrado rescatarlo de las garras de la delincuencia. Más adelante fue acogido por el MMM del Perú y el 14 de marzo de 2014 se bautizó y aceptó a Jesús como su salvador. Desde entonces, el Evangelio se volvió el centro de su existencia.
En este instante, mientras espera las indicaciones de sus superiores para ver a qué lugar será enviado a predicar la Palabra, asegura que si él, un completo pecador, consiguió librarse del pecado con el auxilio del Todopoderoso, cualquier criatura arrepentida puede formar parte del rebaño del Señor. Respecto a esta afirmación, con una sonrisa amplia sostiene que la salvación está en cada una de las iglesias y templos que la Obra ha establecido en los cinco continentes.
Fuente: impactoevangelistico.net
Luis Huaura convivió con el pecado desde los seis años. Pasó más de un tercio de su existencia en prisiones del Perú, donde creyó reinar y se convirtió en capo. De ese perverso mundo de inmundicias pudo salir con la ayuda de Dios.
A finales del mes de setiembre de 2001, tras celebrar el primer año de existencia de su hija Andrea, Luis Huaura fue detenido luego de robar una moto en compañía de su hermano Juan. En seguida, las autoridades lo procesaron y, en menos de una semana, fue internado en el penal de Lurigancho, una de las cárceles más salvajes del mundo según Amnistía Internacional...
En septiembre del 2013, luego de cumplir su condena y de ayudar a engrandecer la labor evangelizadora de la Obra de Dios en el penal de Lurigancho, Luis Huaura Arroyo fue excarcelado. Al instante, se dedicó a testimoniar cómo el Señor había logrado rescatarlo de las garras de la delincuencia. Más adelante fue acogido por el MMM del Perú...
La primera vez que robó apenas tenía diez años. Abandonado a su suerte, creció en medio de la delincuencia, la pobreza y el desamparo. Líder de un grupo de pequeños ladrones, fue un chico que siempre estuvo al frente a la hora de pelear, buscar problemas o delinquir. Esa osadía, de la que se jactaba, lo condenó a pasar más de un tercio de su vida en la cárcel. Sin embargo, hoy en día, después de conocer el Evangelio en la prisión, Luis Huaura Arroyo es un siervo audaz de Dios.
Parado en la entrada de una iglesia del Movimiento Misionero Mundial, situada en la periferia de la ciudad de Lima, Luis intenta explicar la transformación que cambió el rumbo de su existencia. Entonces, abrazado a su Biblia, dice que, como en cualquier historia, debe empezarse por el inicio. Luego, declara: “Nací en San Juan de Lurigancho, uno de los distritos más peligrosos de Lima, el 24 de agosto de 1982. Mis padres se separaron cuando tenía alrededor de seis años de edad”.
El divorcio de sus progenitores, Isabel Arroyo y Guillermo Huaura, conforme a su testimonio, fue el detonante para lo que vivió luego: una infancia carente de amor. A partir de allí, las calles del barrio de Huáscar lo acogieron como su hogar. Acompañado de sus hermanos Víctor y Juan, fue un niño travieso que aborrecía estar en su casa de esteras y prefería perder el tiempo en una esquina molestando a la gente. La maldad, poco a poco, lo atrapó y lo condujo por el mal camino.
Adolescencia cruel
Acostumbrado a dormir con sus hermanos y su padre en una misma cama, Huaura recuerda que su malicia se acrecentó a inicios de la década de los noventa, en el trayecto a la adolescencia. En esa etapa, el alcohol se convirtió en su compinche inseparable y cosechó el alias de “El chato Lucho” debido a su escasa estatura. Su temeridad, asimismo, lo llevó a liderar una pandilla de vagos, llamada “La frontera”, con la que robaba en los mercados y buscaba problemas a grupos enemigos de su barrio.
En aquel momento, cargado de un gran odio debido a la falta de protección familiar, descubrió que sus puños y su inteligencia podían ayudarlo a sumergirse en los bajos mundos. Alumno problema que abandonó los estudios a la mitad de la secundaria, aprendió también, con prontitud, que inhalar pegamento le producía una efímera sensación de alegría. Igualmente, experimentó los rigores de una comisaría, a muy corta edad, debido a que fue capturado luego de perpetrar un robo.
Cuando su vida se deslizaba hacia la criminalidad, Luis dice que su hermano mayor, Alberto Huaura, fruto de una relación anterior de su papá, lo alojó en su domicilio, ubicado en el barrio El Carmen del distrito de Comas, al otro lado de la ciudad, para distanciarlo de las malas juntas. Lejos de sus camaradas, jamás dejó de pensar en la forma de hacer dinero fácil. Y tan pronto consiguió un puesto de trabajo, como cobrador de una tienda, fue una vez más un ser despreciable.
Roba motos
En Comas, el cuarto distrito más poblado del Perú, Huaura dejó de ser un aprendiz de ladrón y se graduó de delincuente, con rapidez, pues mostró sus habilidades para las fechorías en más de una ocasión. Con la misma prisa, fue padre el 25 de setiembre de 2000, treintaidós días después de alcanzar la mayoría de edad, de una niña a la que llamó Andrea Isabel. Sin temor a nada, se relacionó con temibles asaltantes, rufianes con prontuario y malos individuos de toda calaña.
En esa época, aprovechó la información privilegiada con la que contaba, por su labor de recaudador, para cometer un rosario de actos ilícitos. Montado sobre una moto, fue un eficaz informante de malhechores, a quienes les proporcionaba datos precisos de objetivos sencillos. Asimismo, se especializó en hurtar motocicletas, que luego vendía en el mercado negro de Lima. Pistola en mano, y secundado por una gavilla de forajidos, sembró el terror en los suburbios del norte de Lima.
A finales del mes de setiembre de 2001, tras celebrar el primer año de existencia de su hija Andrea, Luis Huaura fue detenido luego de robar una moto en compañía de su hermano Juan. En seguida, las autoridades lo procesaron y, en menos de una semana, fue internado en el penal de Lurigancho —una de las cárceles más salvajes del mundo según Amnistía Internacional y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos—, donde lo esperaban amigos delincuentes de su familia paterna.
Delincuente reincidente
Dentro de Lurigancho, apadrinado por un ‘taita’ de la prisión, se coló en las grandes ligas de la delincuencia limeña sin sufrir mayores daños. Experto en la lucha cuerpo a cuerpo y sagaz con los cuchillos, siempre anduvo con los presos más temibles y se ganó el respeto de los demás internos a puñetazos. Fueron dieciocho meses de encierro en los que, además de surcarse los brazos con filudos verduguillos, recolectó una serie de contactos que lo ubicaron apenas salió libre.
Después de dejar el presidio, “El chato Lucho” regresó a las andanzas. Más avezado y violento que antes, ejecutó una infinidad de atracos a farmacias, grifos, tiendas, empresas y establecimientos comerciales. La libertad le duró apenas dieciséis meses. El 26 de julio de 2004, luego de un atraco frustrado, fue nuevamente internado en Lurigancho. En su retorno a la cárcel, sus antiguos compañeros lo aclamaron y lo etiquetaron como uno de los reclusos más temidos.
Al recordar su segunda estadía en Lurigancho, Huaura destaca que estuvo marcada por la furia, la desgracia y las coimas. Testigo del oscuro accionar del sistema penitenciario peruano, fracasó al dar un batacazo a los líderes de su pabellón y pagó su osadía con el destierro a la peor zona del penal. Pronto, tras vivir con los locos y sidosos, se volvió la mano derecha de uno de los psicólogos de la penitenciaría, quien lo ayudó a retornar a las calles luego de cinco años de encierro.
Reclusión final
La segunda libertad de este exmaleante, reconvertido hoy en hombre de fe, duró tan solo dos meses. Al respecto, afirma que nunca paró de delinquir durante ese tiempo. Habituado a robar un promedio de mil dólares diarios, cayó preso el 26 de setiembre de 2009 y de inmediato fue recluido en el penal de Huacho, localizado a 150 kilómetros de Lima, donde se transformó primero en ‘taita’ y luego en un capo carcelario gracias a la venta de drogas enviadas desde fuera.
Empero, un día de 2011 su imperio se derrumbó debido a la intervención de delincuentes provenientes del Callao. Envuelto por el infortunio, luego de ser batuqueado, fue trasladado a Lurigancho. Allí, entre colegas de robos, tocó fondo por culpa de la pasta básica. Sin esperanza y al borde de la locura, vivió los peores momentos de su historia. Sin embargo, el 22 de diciembre de 2011, la Palabra de Dios llegó para rescatarlo de la inmundicia en la que se encontraba postrado.
Según sus declaraciones, el credo del Señor contribuyó a hacerlo cambiar y a convertirlo en una persona de bien entre rejas. En ese sentido, apunta que descubrió las buenas nuevas por el trabajo evangelizador del Movimiento Misionero Mundial. Asimismo, narra que, desde el primer instante, se comprometió con el Creador y se sometió a su dirección. Anonadado por las Escrituras, hizo un pacto con el Evangelio que lo transportó a los pies de Cristo y lo introdujo en la senda del bien.
Hombre de Dios
En septiembre del 2013, luego de cumplir su condena y de ayudar a engrandecer la labor evangelizadora de la Obra de Dios en el penal de Lurigancho, Luis Huaura Arroyo fue excarcelado. Al instante, se dedicó a testimoniar cómo el Señor había logrado rescatarlo de las garras de la delincuencia. Más adelante fue acogido por el MMM del Perú y el 14 de marzo de 2014 se bautizó y aceptó a Jesús como su salvador. Desde entonces, el Evangelio se volvió el centro de su existencia.
En este instante, mientras espera las indicaciones de sus superiores para ver a qué lugar será enviado a predicar la Palabra, asegura que si él, un completo pecador, consiguió librarse del pecado con el auxilio del Todopoderoso, cualquier criatura arrepentida puede formar parte del rebaño del Señor. Respecto a esta afirmación, con una sonrisa amplia sostiene que la salvación está en cada una de las iglesias y templos que la Obra ha establecido en los cinco continentes.
Fuente: impactoevangelistico.net