Mi primer Día de la Madre sin mi madre
Hace nueve meses perdí a mi querida madre.
Pero, mientras escribo estas palabras, me pregunto: ¿Puede uno realmente perder una madre?
Por supuesto que no. Pero sí perdí el sonido de la voz de mi madre cuando yo entraba a la habitación y escuchaba su alegría mientras gritaba mi nombre. Perdí el contacto con sus manos cuando agarraba las mías. Perdí a la única persona en el mundo a la que llamaría día o noche, sin importar la hora. Ella era feliz de quitar carga de mis hombros. “No te preocupes, sheifala, todo estará bien. Yo estoy rezando por ti”. En mi corazón, yo sabía que mi madre estaba sacando su libro de Salmos y lavando sus frágiles paginas con lágrimas. Por mí. Me llenaba una abrumadora sensación de que me aman y se preocupan por mí.
Y ahora he quedado sola forcejeando con vacío. Hay veces en las que levanto el teléfono por hábito y sólo escucho el tono de marcado sonando en mi oído. Me olvido que no puedo hacer esa llamada. Busco su sabiduría pero en lugar de eso debo confiar en las palabras de mi madre de los días pasados. Lucho para recordarlo todo. Intento ferozmente aferrarme a nuestros chistes internos, nuestras miradas de comprensión. Cierro mis ojos y viajo a mis días pasados, cuando tenía a mi madre en este mundo.
Cada viernes por la noche, la silla vacía es un duro recordatorio de todo aquello que he perdido. Me gustaría poder inclinar mi cabeza y sentir las manos de mi madre sobre mí mientras susurra sus bendiciones de Shabat una vez más. Pero la noche pasa y en el lugar de mi madre está el sonido del silencio.
Recuerdo ese último Shabat, cuando mi madre se sentía demasiado enferma como para venir a mi casa. Mi nieto de dos años preguntó: “¿Dónde está Buba?”.
“Buba no se siente muy bien”, respondí. “No creo que Buba venga hoy”.
Sus ojos empezaron a humedecerse. “¡Yo quiero a Buba!”.
Lo vi correr a la ventana y levantar las cortinas. Sus labios haciendo puchero, él tenía cara de determinación. Se volteó hacia mí mientras sostenía la punta de la tela. “Quizás Buba va a venir. Voy a mirar por esta ventana”.
Esperamos y esperamos, pero no iba a ocurrir.
Desearía.
Desearía que hubiésemos sabido que nuestro tiempo juntas se iba a acabar. Desearía haber hecho más preguntas. Haber aprendido más. Haber escuchado más.
Uno de aquellos últimos días terribles en el hospital, cuando sabíamos que el momento de decir adiós se estaba acercando, cada uno de nosotros tuvo unos momentos para hablar en privado.
Los ojos de mi madre se abrieron. Yo sabía que aunque mi madre no pudiera hablar, ella sabía exactamente lo que estaba pasando. Había una luz de entendimiento que brillaba.
Me incliné y tomé la mano de mi madre.
Le agradecí a mi querida madre por darme la vida. Intenté expresar mi gratitud por el coraje, la visión y la resistencia de mi madre, y por mantener la antorcha de la fe encendida dentro de nosotros. Los muchos sacrificios por nuestro pueblo que ella arraigó en nuestros corazones. Y los innumerables sacrificios que ella hizo por nosotros, sus hijos. El camino que ella tan valientemente forjó para que nosotros la siguiéramos. Le agradecí por darnos el regalo de la memoria, misión y legado.
Si tienes la bendición de tener a tu madre en este mundo, tómate un momento y expresa tu gratitud.
Los pasos de mi madre nunca podrán ser borrados por el tiempo. Su amor ha sido imbuido en las moléculas de este universo. Nosotros respiramos su amor cada día. Es un amor de madre que no puede ser duplicado; un amor singular que nutre el alma.
Los ojos de mi madre brillaron. ¿Cómo se dice adiós? Tomé un pañuelo de papel y sequé sus mejillas cuando dos lágrimas corrieron por su cara. En ese momento sentí que estaba tocando la santidad; ardientes lagrimas de fuego directo del alma.
Si tienes la bendición de tener a tu madre en este mundo, tomate un momento y expresa tu gratitud. Las palabras desde el corazón pueden ser difíciles de articular, pero siempre atesorarás ese momento. Es un salto gigante de amor. Vale la pena hacerlo.
Y si tu madre ha regresado su alma al cielo, tienes que saber, como yo lo sé, que tu madre es tu madre para siempre. Ella te está cuidando, rezando por ti y preocupándose por ti. Ten consuelo en saber que no estás solo.
Con eterna gratitud a mi querida madre, Rebetzin Esther Jungreis, que su memoria sea para bendición.
Fuente: Aish Latino
Hace nueve meses perdí a mi querida madre.
Pero, mientras escribo estas palabras, me pregunto: ¿Puede uno realmente perder una madre?
Por supuesto que no. Pero sí perdí el sonido de la voz de mi madre cuando yo entraba a la habitación y escuchaba su alegría mientras gritaba mi nombre. Perdí el contacto con sus manos cuando agarraba las mías. Perdí a la única persona en el mundo a la que llamaría día o noche, sin importar la hora. Ella era feliz de quitar carga de mis hombros. “No te preocupes, sheifala, todo estará bien. Yo estoy rezando por ti”. En mi corazón, yo sabía que mi madre estaba sacando su libro de Salmos y lavando sus frágiles paginas con lágrimas. Por mí. Me llenaba una abrumadora sensación de que me aman y se preocupan por mí.
Y ahora he quedado sola forcejeando con vacío. Hay veces en las que levanto el teléfono por hábito y sólo escucho el tono de marcado sonando en mi oído. Me olvido que no puedo hacer esa llamada. Busco su sabiduría pero en lugar de eso debo confiar en las palabras de mi madre de los días pasados. Lucho para recordarlo todo. Intento ferozmente aferrarme a nuestros chistes internos, nuestras miradas de comprensión. Cierro mis ojos y viajo a mis días pasados, cuando tenía a mi madre en este mundo.
Cada viernes por la noche, la silla vacía es un duro recordatorio de todo aquello que he perdido. Me gustaría poder inclinar mi cabeza y sentir las manos de mi madre sobre mí mientras susurra sus bendiciones de Shabat una vez más. Pero la noche pasa y en el lugar de mi madre está el sonido del silencio.
Recuerdo ese último Shabat, cuando mi madre se sentía demasiado enferma como para venir a mi casa. Mi nieto de dos años preguntó: “¿Dónde está Buba?”.
“Buba no se siente muy bien”, respondí. “No creo que Buba venga hoy”.
Sus ojos empezaron a humedecerse. “¡Yo quiero a Buba!”.
Lo vi correr a la ventana y levantar las cortinas. Sus labios haciendo puchero, él tenía cara de determinación. Se volteó hacia mí mientras sostenía la punta de la tela. “Quizás Buba va a venir. Voy a mirar por esta ventana”.
Esperamos y esperamos, pero no iba a ocurrir.
Desearía.
Desearía que hubiésemos sabido que nuestro tiempo juntas se iba a acabar. Desearía haber hecho más preguntas. Haber aprendido más. Haber escuchado más.
Uno de aquellos últimos días terribles en el hospital, cuando sabíamos que el momento de decir adiós se estaba acercando, cada uno de nosotros tuvo unos momentos para hablar en privado.
Los ojos de mi madre se abrieron. Yo sabía que aunque mi madre no pudiera hablar, ella sabía exactamente lo que estaba pasando. Había una luz de entendimiento que brillaba.
Me incliné y tomé la mano de mi madre.
Le agradecí a mi querida madre por darme la vida. Intenté expresar mi gratitud por el coraje, la visión y la resistencia de mi madre, y por mantener la antorcha de la fe encendida dentro de nosotros. Los muchos sacrificios por nuestro pueblo que ella arraigó en nuestros corazones. Y los innumerables sacrificios que ella hizo por nosotros, sus hijos. El camino que ella tan valientemente forjó para que nosotros la siguiéramos. Le agradecí por darnos el regalo de la memoria, misión y legado.
Si tienes la bendición de tener a tu madre en este mundo, tómate un momento y expresa tu gratitud.
Los pasos de mi madre nunca podrán ser borrados por el tiempo. Su amor ha sido imbuido en las moléculas de este universo. Nosotros respiramos su amor cada día. Es un amor de madre que no puede ser duplicado; un amor singular que nutre el alma.
Los ojos de mi madre brillaron. ¿Cómo se dice adiós? Tomé un pañuelo de papel y sequé sus mejillas cuando dos lágrimas corrieron por su cara. En ese momento sentí que estaba tocando la santidad; ardientes lagrimas de fuego directo del alma.
Si tienes la bendición de tener a tu madre en este mundo, tomate un momento y expresa tu gratitud. Las palabras desde el corazón pueden ser difíciles de articular, pero siempre atesorarás ese momento. Es un salto gigante de amor. Vale la pena hacerlo.
Y si tu madre ha regresado su alma al cielo, tienes que saber, como yo lo sé, que tu madre es tu madre para siempre. Ella te está cuidando, rezando por ti y preocupándose por ti. Ten consuelo en saber que no estás solo.
Con eterna gratitud a mi querida madre, Rebetzin Esther Jungreis, que su memoria sea para bendición.
Fuente: Aish Latino
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