tierno
febrero 03, 2016
No se olvide de los muertos, señor Penn
El
actor es libre de utilizar su conversación con el Chapo Guzmán como le
plazca; pero su afirmación de que acude como periodista rebasa el límite
Es
el duro que puede ser tierno. El feo que resulta atractivo. El histrión
que suelta verdades como puños. Es Sean Justin Penn. Dos Oscar, un
Globo de Oro y 55 años. Una estrella que en brazos de las diosas rubias
de Hollywood juega a ser un disidente y al que la vida le parece un
cuadrilátero. El mismo tipo que el sábado pasado dio un puñetazo al
mundo, y posiblemente a sí mismo, al publicar el relato de su encuentro
clandestino con el líder del cártel de Sinaloa, Joaquín Guzmán Loera, El
Chapo.
Una cita con la que sueñan, lo confiesen o no, casi todos
los periodistas. Un encuentro al filo de la navaja, donde toda cautela
es poca, pero que en manos del turbulento Sean Penn se transformó en
cualquier cosa menos periodismo. Sus siete horas con El Chapo devinieron
en 10.000 palabras de obsesiva primera persona. Con relato de sus
flatulencias e idealización de un narcotraficante en cuyo debe figura
haber hundido México en el abismo del terror. “Describir la reunión como
una entrevista es un insulto a los periodistas que han muerto en nombre
de la verdad”. Así lo sentenció el mismo día de la publicación el
veterano reportero Alfredo Corchado, media vida en la frontera y
amenazado por los cárteles.
Nadie en México ha aplaudido el
trabajo de Penn. No hay duda de que el relato, en esencia un egotrip,
ofrece un enorme interés. Ciertos detalles alumbran sobre las
interioridades del narcotráfico. El vídeo nos permite ver y oír por
primera vez a ese criminal de camisa de seda y voz nasal al que algunos
quisieron elevar a leyenda. Atacarle por su reunión es un error. El
actor es libre de hacer lo que le plazca con su material. Su opinión es
soberana. Pero su afirmación de que acude como periodista sobrepasa el
límite. Aparte del compadreo de la cena, ni hay entrevista presencial ni
repreguntas. Solo un cuestionario dócil leído entre cantos de gallo por
un lacayo. Es decir, sin control periodístico y, en todo caso, sometido
a las exigencias del narco, como demuestra que el texto final le fuese
enviado a El Chapo para su aprobación final. Una pleitesía que le brindó
la revista Rolling Stone y que, como era de esperar, el delincuente
respondió con la amabilidad de no cambiar ni una coma.
Hacer
periodismo en México puede ser cuestión de vida o muerte. Hay muchos
reporteros que lo saben. Que cada día, en Sinaloa, Durango, Tamaulipas o
Guerrero, salen a la calle a buscar historias en condiciones extremas.
No son famosos ni están bien pagados; ni siquiera gozan del respeto de
las autoridades a las que incomodan. Reciben amenazas e insultos. A
veces los apalean y, en ocasiones, los matan. Un tiro a la puerta de la
redacción. Un secuestro en su propia casa.
Sean Penn no es ningún
héroe. Viajó al corazón de las tinieblas escoltado por sicarios. Tuvo
cena y halagos de El Chapo. Vivió una noche para el recuerdo y construyó
un relato para su mayor gloria personal. Los otros, los periodistas
desconocidos que luchan y mueren por hacer su trabajo, jamás tuvieron
esa suerte.
Fuente: elpais.com