Dios no llamó a los políticos a transformar al mundo, sino a su iglesia
La realidad del Covid-19 sigue afectando al mundo no solo por la tremenda cantidad de contagios (más de 33 millones de personas) y de muertos (más de 1,1 millones de personas), datos que sin duda se irán modificando día por día, sino por sus devastadores efectos en materia sanitaria, económica, social y cultural.
De hecho, aunque mañana tuviéramos la vacuna, la pospandemia será sumamente compleja de atender y resolver. Habiendo quedado expuesta la fragilidad humana, los altos niveles de corrupción y egoísmo, la profunda desigualdad e injusticia social que reina en todos los países y el individualismo propio de la hipermodernidad, nos damos cuenta de que la posibilidad de un cambio real, de una transformación de la cosmovisión social, de una solución genuina nunca estuvo ni estará en las manos del hombre, sino de Dios. Pensar que los hombres puedan modificar per se la atrocidad que nos rodea es realmente ingenuo.
Mateo 20:20-28 deja ver una realidad que en nuestro contexto se hizo indiscutible y fue oportunamente afirmada por el Señor: “Jesús los llamó y les dijo: como ustedes saben, los gobernantes de las naciones oprimen a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad. Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor…” (NTV).
Por años la iglesia se quedó en el ostracismo de sus templos, en la seguridad de sus estructuras y dejó de cumplir la misión conforme el corazón de Dios “Id…”, “y me seréis testigos en Jerusalén, y en….”. Tanto nos atrajo y sedujo la cultura del entretenimiento eclesial que perdimos de vista lo esencial: hacer discípulos. El Covid-19 también dejó al descubierto y espero todos nos hayamos dado cuenta de que la iglesia es más que el templo, la adoración más que los músicos en plataforma, la misión mucho más que una actividad de evangelismo y el amor más que un discurso teologal.
En este sentido a veces en el fragor de la rutina perdemos de vista que como dije en el título, Dios no llamó a los políticos a cambiar la realidad sino a los cristianos y hasta que eso no lo asumamos en gran parte no nos daremos cuenta de nuestro propósito fundamental en la vida. Transformar nuestros entornos, nuestros microespacios sociales a partir de la genuina influencia de una vida que vive la plenitud el Evangelio en los hechos cotidianos, en el día a día, para que el mundo crea. En este aspecto la política no es un campo de misión, nuestro campo de misión es el mundo, nuestra ciudad, nuestra familia, nuestros compañeros de estudio o trabajo, el campo es mucho más grande que la política, ésta es simplemente un instrumento para coadyuvar al objetivo de influir al mundo con la luz de Cristo.
Es cierto que los políticos que no conocen a Jesús como Señor de sus vidas necesitan a Jesús como salvador, pero predicarles a ellos es parte del objetivo principal, transformar nuestro lugar, los políticos son parte de dicho espacio.
La misión de la iglesia sigue siendo alcanzar al mundo a todas las personas posibles y facilitar que el Reino venga a la tierra. Las estrategias sin duda cambiarán, los medios los proveerá Dios, pero lo que no podemos hacer es seguir persistiendo en nuestra obstinada falta de compromiso, en pensar que la misión es del otro, el compromiso es solo para los líderes, y la solución vendrá de un partido político.
El principal paradigma que la iglesia de la pospandemia deberá cambiar es el de la indiferencia, el de la cultura del entretenimiento interno, pasar de la cultura del evento a la cultura de la misión, de la cultura de la declaración a la cultura del amor, de la cultura de la indiferencia a la cultura de la encarnación. Esto es lo que tuvo que ser siempre.
Cuando la transformación se inicia desde las personas (sin transformación individual no hay transformación social), desde las bases dirá el discurso político, tarde o temprano la autoridad se someterá al que tiene la verdadera autoridad (Jesús). Finalmente, el Imperio Romano fue transformado a partir del ministerio de unos simples pescadores, cuyas únicas virtudes fueron la obediencia a Jesús y la santidad, todo lo demás lo hizo el Espíritu Santo, pues de Él son las estrategias, los recursos, el poder y la gloria.
En este contexto es pertinente militar en algún partido político como cristianos, sí, pero no como un fin en si mismo, sino como la posibilidad de ofrecer una alternativa sería y viable para que las personas palpen la diferencia, en este aspecto debemos reconocer que no toda la experiencia de líderes políticos evangélicos ha sido positiva en Latinoamérica; no obstante, de conformidad con el lugar en el que Dios nos ponga a cada uno de nosotros lo que importa es la misión genuina e integral.
Importa el saber que Dios nos llamó a cada uno de nosotros para cambiar nuestras realidades sociales en nuestros espacios de interacción social y eso es indelegable e impostergable. A esas personas no llegarán los grandes predicadores ni los grandes ministerios, pero llegamos cada uno de nosotros, esa es nuestra responsabilidad. La realidad del cambio nunca estuvo en manos de la política, siempre estuvo en las manos de Dios a través de su iglesia.
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