La palabra tikún, como en tikún haolam ‘arreglar el mundo’, y tikún leil Shavuot, la costumbre de permanecer despierto y estudiar Torá toda la noche de la primera noche del festival, tiene una curiosa historia.
En el hebreo de la Mishná, es decir, hasta el siglo III, tikún sólo significaba ‘orden social’, las reglas que hacían que una sociedad fuera un espacio seguro y predecible. Pero de acuerdo al misticismo judío, pasó a significar algo más metafísico: reparar las fracturas en el universo que hacen que la vida en esta tierra esté llena de sufrimiento e injusticia, y cuyo símbolo principal es la situación de exilio del pueblo judío.
De acuerdo a Rav Isaac Luria, el gran místico del siglo XVI, esto tuvo que ver con el hecho de que ocurrió algo malo en la creación misma. La luz divina del primer día de la creación probó ser demasiado intensa para los vehículos físicos que debían contenerla. Los utensilios se rompieron, dejando ruinas y fragmentos de luz desparramados por todos lados. El nuestro es, según los místicos, un ‘mundo roto’, y sus fracturas son tan profundas que afectan al Ser divino mismo.
El exilio no es sólo un fenómeno humano, sino que representa una lucha entre Dios y Él mismo; una lucha entre el Infinito, Ein Sof, el Ilimitado, y la Shejiná, la presencia Divina, la forma en que Dios se manifiesta entre nosotros. Cuando los judíos salieron al exilio, la Shejiná fue con ellos. Entonces debemos —por así decir—, con nuestros esfuerzos místicos, ayudar a curar las fracturas en lo Divino. Todo acto religioso, si es realizado con suficiente intensidad de mente y alma, hace algo para reunir al Santo, Bendito Sea, con su Presencia inmanente.
Sin embargo, la palabra tikún tiene una tercera acepción que no es para nada mística, pero que es muy poderosa en relación a la visión judía del mundo. Ocurren cosas malas entre las personas. Los inocentes salen lastimados. Hay envidia, celos, enojo, resentimiento. Hay injusticia, opresión, explotación. El mundo está lleno de lágrimas. Si crees, como lo hicieron los politeístas en el mundo antiguo y como lo hacen algunos ateos hoy, que la vida es esencialmente conflicto, una lucha darwiniana por la supervivencia, entonces no es extraño que el mundo esté lleno de dolor. Así es como es. No hay ‘derechos’, sino sólo ‘poder’. La justicia es lo que sea que sirva a los intereses de los más poderosos. La historia es escrita por los victoriosos. Las víctimas son meros daños colaterales en la lucha para imponer nuestra voluntad sobre el mundo o, en el lenguaje de los neo darwinianos, para transmitirle nuestros genes a la generación siguiente.
Así, sin embargo, no es como lo entendemos los judíos. La condición natural del mundo es la armonía, como un jardín bien ordenado, una familia llena de amor o una sociedad agraciada. Así es como era en el comienzo, cuando Dios hizo el universo y vio que era bueno. Sin embargo, Dios le dio a los seres humanos libertad, y los humanos a menudo utilizan esa libertad para desobedecerle. Dios crea orden. Nosotros creamos caos. Esa es —o sería— la tragedia humana, si los judíos creyéramos en tragedia. Pero no creemos. Creemos en la esperanza, y la esperanza tiene el poder suficiente para derrotar a la tragedia, ya que tenemos la capacidad para reparar lo que otros han dañado.
Esa es la filosofía que yace detrás del tan fundamental principio judío de teshuvá, que significa ‘arrepentimiento’ o ‘retorno’. A través de teshuvá podemos curar algo del dolor que otros han creado. Si bien el principio de teshuvá no aparece explícitamente en las historias de Génesis, está debajo de la superficie. Las relaciones problemáticas son reparadas. Ishmael, el hijo de Abraham con la esclava Hagar, fue expulsado cuando pequeño, pero lo vemos parado junto a su medio hermano Itzjak en la tumba de Abraham. Yaakov y Esav, divididos porque Yaakov tomó las bendiciones de Esav, se encuentran veintidós años después y se abrazan sin rastros de resentimiento. Yosef perdona a sus hermanos, quienes lo vendieron como esclavo. Génesis termina con una nota de reconciliación. Hay heridas que pueden curarse.
Ni el Tanaj, ni los rabinos, ni siquiera los místicos, llamaron a esto tikún, pero eso es lo que es: la capacidad puramente humana de reparar las relaciones dañadas y de restaurar el orden social en el mundo. Ahora bien, ¿y si pasa el momento? ¿Qué pasa si quienes hicieron el daño y quienes lo sufrieron ya no están con vida? ¿Podemos, en el presente, reparar algo que se rompió hace tiempo, incluso antes de nuestra época? Ese es uno de los subtextos del Libro de Rut (que se lee en Shavuot), y aplica a dos personas: a Rut misma, y a Boaz…
Rut, en su vida y a través de su ejemplo, realizó un tikún. Si bien no hay ningún elemento de teshuvá, el verbo shuv, que significa ‘retorno’, aparece trece veces en el libro. Algo ha sido sanado. Mediante su conducta y su carácter, ella mostró que no todos los moabitas carecían de bondad.
Ellos, también, venían de la misma familia, la de Téraj, como Abraham mismo. Rut redimió algo del pasado. Reuniendo dos ramas de la familia, separadas hacía tiempo, su bisnieto se convirtió en la persona que uniría posteriormente a la nación. Eso es tikún. Mediante nuestros actos en el presente podemos sanar algunas de las heridas del pasado.
Fuente: Aish Latino
En el hebreo de la Mishná, es decir, hasta el siglo III, tikún sólo significaba ‘orden social’, las reglas que hacían que una sociedad fuera un espacio seguro y predecible. Pero de acuerdo al misticismo judío, pasó a significar algo más metafísico: reparar las fracturas en el universo que hacen que la vida en esta tierra esté llena de sufrimiento e injusticia, y cuyo símbolo principal es la situación de exilio del pueblo judío.
De acuerdo a Rav Isaac Luria, el gran místico del siglo XVI, esto tuvo que ver con el hecho de que ocurrió algo malo en la creación misma. La luz divina del primer día de la creación probó ser demasiado intensa para los vehículos físicos que debían contenerla. Los utensilios se rompieron, dejando ruinas y fragmentos de luz desparramados por todos lados. El nuestro es, según los místicos, un ‘mundo roto’, y sus fracturas son tan profundas que afectan al Ser divino mismo.
El exilio no es sólo un fenómeno humano, sino que representa una lucha entre Dios y Él mismo; una lucha entre el Infinito, Ein Sof, el Ilimitado, y la Shejiná, la presencia Divina, la forma en que Dios se manifiesta entre nosotros. Cuando los judíos salieron al exilio, la Shejiná fue con ellos. Entonces debemos —por así decir—, con nuestros esfuerzos místicos, ayudar a curar las fracturas en lo Divino. Todo acto religioso, si es realizado con suficiente intensidad de mente y alma, hace algo para reunir al Santo, Bendito Sea, con su Presencia inmanente.
Sin embargo, la palabra tikún tiene una tercera acepción que no es para nada mística, pero que es muy poderosa en relación a la visión judía del mundo. Ocurren cosas malas entre las personas. Los inocentes salen lastimados. Hay envidia, celos, enojo, resentimiento. Hay injusticia, opresión, explotación. El mundo está lleno de lágrimas. Si crees, como lo hicieron los politeístas en el mundo antiguo y como lo hacen algunos ateos hoy, que la vida es esencialmente conflicto, una lucha darwiniana por la supervivencia, entonces no es extraño que el mundo esté lleno de dolor. Así es como es. No hay ‘derechos’, sino sólo ‘poder’. La justicia es lo que sea que sirva a los intereses de los más poderosos. La historia es escrita por los victoriosos. Las víctimas son meros daños colaterales en la lucha para imponer nuestra voluntad sobre el mundo o, en el lenguaje de los neo darwinianos, para transmitirle nuestros genes a la generación siguiente.
Así, sin embargo, no es como lo entendemos los judíos. La condición natural del mundo es la armonía, como un jardín bien ordenado, una familia llena de amor o una sociedad agraciada. Así es como era en el comienzo, cuando Dios hizo el universo y vio que era bueno. Sin embargo, Dios le dio a los seres humanos libertad, y los humanos a menudo utilizan esa libertad para desobedecerle. Dios crea orden. Nosotros creamos caos. Esa es —o sería— la tragedia humana, si los judíos creyéramos en tragedia. Pero no creemos. Creemos en la esperanza, y la esperanza tiene el poder suficiente para derrotar a la tragedia, ya que tenemos la capacidad para reparar lo que otros han dañado.
Esa es la filosofía que yace detrás del tan fundamental principio judío de teshuvá, que significa ‘arrepentimiento’ o ‘retorno’. A través de teshuvá podemos curar algo del dolor que otros han creado. Si bien el principio de teshuvá no aparece explícitamente en las historias de Génesis, está debajo de la superficie. Las relaciones problemáticas son reparadas. Ishmael, el hijo de Abraham con la esclava Hagar, fue expulsado cuando pequeño, pero lo vemos parado junto a su medio hermano Itzjak en la tumba de Abraham. Yaakov y Esav, divididos porque Yaakov tomó las bendiciones de Esav, se encuentran veintidós años después y se abrazan sin rastros de resentimiento. Yosef perdona a sus hermanos, quienes lo vendieron como esclavo. Génesis termina con una nota de reconciliación. Hay heridas que pueden curarse.
Ni el Tanaj, ni los rabinos, ni siquiera los místicos, llamaron a esto tikún, pero eso es lo que es: la capacidad puramente humana de reparar las relaciones dañadas y de restaurar el orden social en el mundo. Ahora bien, ¿y si pasa el momento? ¿Qué pasa si quienes hicieron el daño y quienes lo sufrieron ya no están con vida? ¿Podemos, en el presente, reparar algo que se rompió hace tiempo, incluso antes de nuestra época? Ese es uno de los subtextos del Libro de Rut (que se lee en Shavuot), y aplica a dos personas: a Rut misma, y a Boaz…
Rut, en su vida y a través de su ejemplo, realizó un tikún. Si bien no hay ningún elemento de teshuvá, el verbo shuv, que significa ‘retorno’, aparece trece veces en el libro. Algo ha sido sanado. Mediante su conducta y su carácter, ella mostró que no todos los moabitas carecían de bondad.
Ellos, también, venían de la misma familia, la de Téraj, como Abraham mismo. Rut redimió algo del pasado. Reuniendo dos ramas de la familia, separadas hacía tiempo, su bisnieto se convirtió en la persona que uniría posteriormente a la nación. Eso es tikún. Mediante nuestros actos en el presente podemos sanar algunas de las heridas del pasado.
Fuente: Aish Latino
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