Pastor evangélico salvadoreño expulsado de Marruecos tras haberse convertido de la fe musulmana al cristianismo
“¿Es usted espía o misionero?”. Gilberto Orellana tiene aún grabada la pregunta del comisario de policía de Tetuán que le interrogó largo y tendido hace una década. El jefe guardó las formas, pero algunos de sus subordinados le insultaron y le amenazaron al tiempo que le gritaban: “¡Dinos qué es lo que haces en Marruecos!”. Le levantaron la mano, pero nunca le pegaron.
Tras años de estancia en la capital del antiguo protectorado español, Orellana había sido descubierto.
Este salvadoreño que ejercía como profesor de música en el conservatorio de Tetuán era también pastor evangélico que se esforzaba, con mucha discreción, en convertir a colegas y alumnos.
Excepto una pequeña minoría judía de unas 3.500 almas, en Marruecos toda la población es, en teoría, musulmana. El Código Penal reconoce la libertad de culto, pero su artículo 220 también prevé entre seis meses y tres años de cárcel para todo aquel que intenta quebrar la fe musulmana, es decir, para los que hacen proselitismo.
“Algunos escolares no querían ni siquiera tocar la Biblia”, recuerda ahora Orellana en su piso de Málaga, donde se instaló con su familia en 1995.
“A veces dejaban de hablarme cuando les empezaba a dar cuenta de mi fe”, prosigue. Otros, en cambio, se adentraron por el camino propuesto por el pastor. “Hubo cinco bautismos en la bañera de mi casa y un sexto, el de una hermana algo gordita, en el mar”, afirma orgulloso.
Esa labor le valió una condena a un año de cárcel, aunque sólo pasó tres semanas en el presidio de Tetuán, hacinado en una celda con 16 traficantes de droga. La movilización internacional hizo que el juicio de apelación se celebrase rápidamente. Quedó absuelto y, tras pasar 72 horas en comisaría sin comer ni beber, fue expulsado a Ceuta. Los conversos marroquíes, a los que les habían caído ocho meses de cárcel, fueron también puestos en libertad por el tribunal de apelación tetuaní después de recitar la profesión de fe musulmana: “No hay más Dios que Alá y Mahoma es su Profeta”. Al hacerlo, las ovejas descarriadas volvían, al menos formalmente, al rebaño de la ortodoxia religiosa.
A estos dos discípulos de Orellana la policía marroquí les asestó unos cuantos golpes. Yussef, nombre supuesto, estudiante de Ciencias de Taourit, una pequeña ciudad situada no muy lejos de Melilla, tuvo una experiencia parecida hace tan sólo nueve meses después de haberse convertido siguiendo los programas de SAT 7, una televisión evangélica en lengua árabe con sede en Beirut.
En plena noche, unos gendarmes le sacaron a trompicones de la cama para interrogarle en el cuartelillo sobre su fe cristiana. Le propinaron algún que otro puntapié antes de soltarle.
“Le dije que en el Marruecos de hoy en día el ciudadano víctima de abusos dispone de cauces para tratar de hacer valer sus derechos, pero el chaval tenía exámenes y su prioridad era sacarlos y no dedicar tiempo a protestar por lo sucedido”. El que cuenta su conversación con Yussef es Alí, marroquí y pastor evangélico en el este del país. A condición de que su verdadero nombre y el de la ciudad donde ejerce no figure en este periódico, ha accedido a conversar con este corresponsal en un populoso café.
No ha sido fácil dar con Alí ni con sus correligionarios. Las iglesias marroquíes no figuran en la guía telefónica ni disponen de páginas web. Las iglesias católicas o protestantes, que gozan de un estatuto legal en Marruecos y que sólo pueden atender a fieles europeos y subsaharianos, apenas conocen a los conversos y no facilitan sus números. Una larga cadena de contactos permite localizarles. Cuando uno de ellos otorga su confianza al periodista toda la comunidad se abre.
“Lo que le pasó al pastor centroamericano e incluso al hermano Yussef es irrepetible en las grandes ciudades de Marruecos”, asevera Alí mientras bebe a sorbitos su café. “A los cristianos nos siguen convocando de vez en cuando a comisaría, a mi me citaron la última vez hace un par de meses, pero es para charlas en tono amistoso en las que intentan sonsacarnos cosas”, añade. “No hay golpes, ni amenazas, ni advertencias ni mucho menos cárcel como los hubo en tiempos de Hassan II”. “Sólo hay, digamos, exceso de celo en lugares pequeños”.
“El problema”, prosigue mientras mira de reojo buscando a algún hipotético soplón sentado cerca de nuestra mesa, “ya no son las autoridades” aunque en Massa, al sur del país, Jamaa Ait Bakrim fue condenado en 2003 a 15 años por proselitismo y destrucciones de propiedades públicas. “El problema son los familiares, los vecinos, la sociedad en su conjunto”, insiste. “El majzen [entorno del rey] quiere saber todo lo que hacemos, pero ya no quiere impedirlo siempre que seamos cautos”. “Le preocupa también nuestra seguridad, que no nos agredan unos fanáticos”.
Nacido en una familia numerosa de clase media-alta, Alí, que acaba de rebasar los 40 años, tuvo una crisis religiosa en su adolescencia. “El Dios del islam no me comprendía y con 16 años acabé declarándome ateo”, recuerda. “El islam, tal y como se interpreta actualmente, es una losa”. “Al entrar en la universidad un compañero me dejó la Biblia”. “Encontré a un Dios que me aceptaba como era para después cambiarme”. Se convirtió. Profundizó el conocimiento de su nueva religión a través de un curso por correspondencia. “Recibía cartas sin membretes de un país árabe, en teoría muy musulmán”.
“¿Sabe que, para mi entorno, es más aceptable que sea ateo que cristiano?”, señala el pastor, casado y padre de dos hijos. “Ser ateo es un error de juventud, ser cristiano es una traición”, asegura. “No sólo has rechazado el islam sino que te has pasado a la religión del colonizador francés”. “La gente se piensa que te has convertido porque así te será más fácil emigrar legalmente a Europa o vas a obtener a cambio algún provecho económico”. Un sondeo del instituto norteamericano PEW señala que el 61% de los marroquíes tienen una opinión negativa del cristianismo.
Radouan Benchekroun, presidente del Consejo de los Oulemas (sabios religiosos) de Casablanca, contribuye a fomentar este criterio: “Los evangélicos engañan a la gente, la atraen con dinero y con apoyo social”. “Propagan mentiras sobre el islam y los musulmanes”, añade. “Renegar su religión es el mayor pecado que pueda cometer un musulmán”, sentencia.
Por eso, a medida que Alí revelaba su nueva fe, fue perdiendo amigos. “No fue fácil”, rememora. “Les pedía que me juzgaran por mi comportamiento, no por mi elección religiosa”. “Algunos lo aceptaron e intentaron comprenderlo”. “Incluso entre mis 12 hermanos, tres se convirtieron”. En la familia de Alí, como en otras muchas, las primeras que dieron el paso fueron las mujeres.
“Ser cristianas es, para ellas, ser más libres y más iguales a los hombres”, explica Abdelhak, otro pastor evangélico que ha fundado un club de amigos supuestamente fanáticos de la informática tapadera para poder reunirse más fácilmente con sus fieles. Abdelhak no tuvo que convertirse porque, recalca sacando pecho, “tengo el privilegio de tener unos padres cristianos”. Optaron por el protestantismo justo después de la independencia, hace medio siglo.
Los domingos y los días de fiesta los cristianos se dan cita, para rezar, en casas particulares, generalmente la de su pastor. “Solemos ser entre 15 y 20 porque congregar a más gente llamaría la atención”, indica Alí. “Por eso en mi domicilio las entradas y las salidas son espaciadas”. “En el casco antiguo de la ciudad hay también un puñado de artesanos cristianos que, como trabajan el domingo, oran al Señor los viernes”.
Los conversos no frecuentan las iglesias oficiales porque quieren crear la suya propia, árabe o berebere, o porque hacerlo pondría en apuros a párrocos y pastores extranjeros, a los que Rabat podría acusar de proselitismo. En Navidad algunos, sin embargo, no se aguantan y franquean la puerta del templo. “La pareja de policías de guardia durante el culto ni se inmutó y el pastor, que me conoce, me miró sorprendido mientras me sentaba entre los fieles”, recuerda Abdelhak.
Lo peor para los cristianos, según coinciden todos los entrevistados, son el mes de ayuno del Ramadán y las fiestas musulmanas. “Aunque no comemos en plena calle durante Ramadán tampoco respetamos la abstinencia, ni celebramos el iftar [ruptura del ayuno], ni degollamos un cordero con motivo del Aid”, subraya Alí. “Es entonces cuando los vecinos te miran como un bicho raro y te sientes de verdad diferente”.
Al lado de los pocos pastores reconocidos por las autoridades están llegando a Marruecos estos últimos años otros muchos, como antaño Gilberto Orellana, cuya actividad declarada, muchas veces cooperante, esconde su empeño misionero. La mayoría son estadounidenses aunque en sus filas figuran también algunos latinoamericanos. “La Administración Bush les alienta y su Embajada en Rabat les brinda, incluso, un cierto amparo”, afirma un diplomático europeo acreditado en esa capital.
¿Cuántos son? La prensa estima en 500 a los nuevos pastores, con frecuencia formados en tres universidades evangélicas de Estados Unidos, y esparcidos por todo el país. La cifra no sorprende a las iglesias reconocidas. Su desembarco inquieta hasta el punto de que el Istiqlal (Independencia), la segunda fuerza parlamentaria, interpeló, en mayo en ambas cámaras, al ministro de Asuntos Religiosos, Ahmed Taoufik sobre “la ofensiva evangélica”. “El pueblo marroquí (…) exige medidas concretas para garantizar su seguridad espiritual”, insistía At Tajdid, órgano de los islamistas moderados.
Taoufik echó balones fuera en su respuesta aunque su predecesor sí envió una circular a los oulemas para que pusieran en guardia a la población. Por esas fechas el Ministerio del Interior expulsó también a un pastor surafricano, Dean Malan, de Marraquech. Pero aunque les incomoda el activismo evangélico, a las autoridades les resulta difícil ir más lejos. A Rabat acuden importantes delegaciones de las iglesias evangélicas de Estados Unidos que se entrevistan con ministros. “Se benefician de un trato de favor porque nuestro majzen no ahorra esfuerzos para agradar a Bush”, asegura el semanario independiente Le Journal.
Gran mayoría de evangélicos
En su intervención parlamentaria Abdelhamid Aouad, del partido nacionalista Istiqlal, evaluó en 40.000 a los marroquíes convertidos y advirtió de que el objetivo evangélico era lograr que en 15 años, el 10% de la población fuese cristiana.
La cifra es muy exagerada. Jean-Luc Blanc, presidente de la Iglesia Evangélica de Marruecos, la que goza de reconocimiento oficial, la rebaja a “una horquilla de entre 800 y 1.000″, de los que sólo 200 serían católicos. “Es verdad que el número aumenta”. “Casi tocan a un pastor por converso”, subraya.
Los más optimistas de los pastores evangélicos entrevistados calculan que sus fieles se elevan a 3.500, a los que hay que añadir otros 500 católicos, anglicanos, etcétera.
Blanc establece dos categorías de conversos: “Aquellos que intentan vincularse a iglesias tradicionales y que son gentes acomodadas, muchos de ellos profesores o pertenecientes a profesiones liberales”.
“Los fundamentalistas cristianos predican más bien entre las clases desfavorecidas y se aprovechan de su debilidad para convertirles”, prosigue poniendo de relieve sus discrepancias con los misioneros anglosajones con los que apenas mantiene contactos.
Este pastor francés, que recibe a periodistas marroquíes, les explica que ni él ni los demás pastores o sacerdotes extranjeros con estatuto oficial hacen proselitismo. “Respetamos la ley”, recalca.
Pese a su prudencia acaba, de vez en cuando, perdiendo la paciencia cuando le preguntan si el militantismo evangélico supone un peligro para Marruecos. “Mire”, contestó en una ocasión, “la gran pregunta consiste más bien en averiguar si la libertad religiosa es una amenaza para Marruecos”. Blanc no responde a su pregunta pero sí lo hace Alí, pastor marroquí. “Es una libertad básica, pero la presión islamista hace que el Estado no se atreva a consagrarla en las leyes”.
El Pais
“¿Es usted espía o misionero?”. Gilberto Orellana tiene aún grabada la pregunta del comisario de policía de Tetuán que le interrogó largo y tendido hace una década. El jefe guardó las formas, pero algunos de sus subordinados le insultaron y le amenazaron al tiempo que le gritaban: “¡Dinos qué es lo que haces en Marruecos!”. Le levantaron la mano, pero nunca le pegaron.
Tras años de estancia en la capital del antiguo protectorado español, Orellana había sido descubierto.
Este salvadoreño que ejercía como profesor de música en el conservatorio de Tetuán era también pastor evangélico que se esforzaba, con mucha discreción, en convertir a colegas y alumnos.
Excepto una pequeña minoría judía de unas 3.500 almas, en Marruecos toda la población es, en teoría, musulmana. El Código Penal reconoce la libertad de culto, pero su artículo 220 también prevé entre seis meses y tres años de cárcel para todo aquel que intenta quebrar la fe musulmana, es decir, para los que hacen proselitismo.
“Algunos escolares no querían ni siquiera tocar la Biblia”, recuerda ahora Orellana en su piso de Málaga, donde se instaló con su familia en 1995.
“A veces dejaban de hablarme cuando les empezaba a dar cuenta de mi fe”, prosigue. Otros, en cambio, se adentraron por el camino propuesto por el pastor. “Hubo cinco bautismos en la bañera de mi casa y un sexto, el de una hermana algo gordita, en el mar”, afirma orgulloso.
Esa labor le valió una condena a un año de cárcel, aunque sólo pasó tres semanas en el presidio de Tetuán, hacinado en una celda con 16 traficantes de droga. La movilización internacional hizo que el juicio de apelación se celebrase rápidamente. Quedó absuelto y, tras pasar 72 horas en comisaría sin comer ni beber, fue expulsado a Ceuta. Los conversos marroquíes, a los que les habían caído ocho meses de cárcel, fueron también puestos en libertad por el tribunal de apelación tetuaní después de recitar la profesión de fe musulmana: “No hay más Dios que Alá y Mahoma es su Profeta”. Al hacerlo, las ovejas descarriadas volvían, al menos formalmente, al rebaño de la ortodoxia religiosa.
A estos dos discípulos de Orellana la policía marroquí les asestó unos cuantos golpes. Yussef, nombre supuesto, estudiante de Ciencias de Taourit, una pequeña ciudad situada no muy lejos de Melilla, tuvo una experiencia parecida hace tan sólo nueve meses después de haberse convertido siguiendo los programas de SAT 7, una televisión evangélica en lengua árabe con sede en Beirut.
En plena noche, unos gendarmes le sacaron a trompicones de la cama para interrogarle en el cuartelillo sobre su fe cristiana. Le propinaron algún que otro puntapié antes de soltarle.
“Le dije que en el Marruecos de hoy en día el ciudadano víctima de abusos dispone de cauces para tratar de hacer valer sus derechos, pero el chaval tenía exámenes y su prioridad era sacarlos y no dedicar tiempo a protestar por lo sucedido”. El que cuenta su conversación con Yussef es Alí, marroquí y pastor evangélico en el este del país. A condición de que su verdadero nombre y el de la ciudad donde ejerce no figure en este periódico, ha accedido a conversar con este corresponsal en un populoso café.
No ha sido fácil dar con Alí ni con sus correligionarios. Las iglesias marroquíes no figuran en la guía telefónica ni disponen de páginas web. Las iglesias católicas o protestantes, que gozan de un estatuto legal en Marruecos y que sólo pueden atender a fieles europeos y subsaharianos, apenas conocen a los conversos y no facilitan sus números. Una larga cadena de contactos permite localizarles. Cuando uno de ellos otorga su confianza al periodista toda la comunidad se abre.
“Lo que le pasó al pastor centroamericano e incluso al hermano Yussef es irrepetible en las grandes ciudades de Marruecos”, asevera Alí mientras bebe a sorbitos su café. “A los cristianos nos siguen convocando de vez en cuando a comisaría, a mi me citaron la última vez hace un par de meses, pero es para charlas en tono amistoso en las que intentan sonsacarnos cosas”, añade. “No hay golpes, ni amenazas, ni advertencias ni mucho menos cárcel como los hubo en tiempos de Hassan II”. “Sólo hay, digamos, exceso de celo en lugares pequeños”.
“El problema”, prosigue mientras mira de reojo buscando a algún hipotético soplón sentado cerca de nuestra mesa, “ya no son las autoridades” aunque en Massa, al sur del país, Jamaa Ait Bakrim fue condenado en 2003 a 15 años por proselitismo y destrucciones de propiedades públicas. “El problema son los familiares, los vecinos, la sociedad en su conjunto”, insiste. “El majzen [entorno del rey] quiere saber todo lo que hacemos, pero ya no quiere impedirlo siempre que seamos cautos”. “Le preocupa también nuestra seguridad, que no nos agredan unos fanáticos”.
Nacido en una familia numerosa de clase media-alta, Alí, que acaba de rebasar los 40 años, tuvo una crisis religiosa en su adolescencia. “El Dios del islam no me comprendía y con 16 años acabé declarándome ateo”, recuerda. “El islam, tal y como se interpreta actualmente, es una losa”. “Al entrar en la universidad un compañero me dejó la Biblia”. “Encontré a un Dios que me aceptaba como era para después cambiarme”. Se convirtió. Profundizó el conocimiento de su nueva religión a través de un curso por correspondencia. “Recibía cartas sin membretes de un país árabe, en teoría muy musulmán”.
“¿Sabe que, para mi entorno, es más aceptable que sea ateo que cristiano?”, señala el pastor, casado y padre de dos hijos. “Ser ateo es un error de juventud, ser cristiano es una traición”, asegura. “No sólo has rechazado el islam sino que te has pasado a la religión del colonizador francés”. “La gente se piensa que te has convertido porque así te será más fácil emigrar legalmente a Europa o vas a obtener a cambio algún provecho económico”. Un sondeo del instituto norteamericano PEW señala que el 61% de los marroquíes tienen una opinión negativa del cristianismo.
Radouan Benchekroun, presidente del Consejo de los Oulemas (sabios religiosos) de Casablanca, contribuye a fomentar este criterio: “Los evangélicos engañan a la gente, la atraen con dinero y con apoyo social”. “Propagan mentiras sobre el islam y los musulmanes”, añade. “Renegar su religión es el mayor pecado que pueda cometer un musulmán”, sentencia.
Por eso, a medida que Alí revelaba su nueva fe, fue perdiendo amigos. “No fue fácil”, rememora. “Les pedía que me juzgaran por mi comportamiento, no por mi elección religiosa”. “Algunos lo aceptaron e intentaron comprenderlo”. “Incluso entre mis 12 hermanos, tres se convirtieron”. En la familia de Alí, como en otras muchas, las primeras que dieron el paso fueron las mujeres.
“Ser cristianas es, para ellas, ser más libres y más iguales a los hombres”, explica Abdelhak, otro pastor evangélico que ha fundado un club de amigos supuestamente fanáticos de la informática tapadera para poder reunirse más fácilmente con sus fieles. Abdelhak no tuvo que convertirse porque, recalca sacando pecho, “tengo el privilegio de tener unos padres cristianos”. Optaron por el protestantismo justo después de la independencia, hace medio siglo.
Los domingos y los días de fiesta los cristianos se dan cita, para rezar, en casas particulares, generalmente la de su pastor. “Solemos ser entre 15 y 20 porque congregar a más gente llamaría la atención”, indica Alí. “Por eso en mi domicilio las entradas y las salidas son espaciadas”. “En el casco antiguo de la ciudad hay también un puñado de artesanos cristianos que, como trabajan el domingo, oran al Señor los viernes”.
Los conversos no frecuentan las iglesias oficiales porque quieren crear la suya propia, árabe o berebere, o porque hacerlo pondría en apuros a párrocos y pastores extranjeros, a los que Rabat podría acusar de proselitismo. En Navidad algunos, sin embargo, no se aguantan y franquean la puerta del templo. “La pareja de policías de guardia durante el culto ni se inmutó y el pastor, que me conoce, me miró sorprendido mientras me sentaba entre los fieles”, recuerda Abdelhak.
Lo peor para los cristianos, según coinciden todos los entrevistados, son el mes de ayuno del Ramadán y las fiestas musulmanas. “Aunque no comemos en plena calle durante Ramadán tampoco respetamos la abstinencia, ni celebramos el iftar [ruptura del ayuno], ni degollamos un cordero con motivo del Aid”, subraya Alí. “Es entonces cuando los vecinos te miran como un bicho raro y te sientes de verdad diferente”.
Al lado de los pocos pastores reconocidos por las autoridades están llegando a Marruecos estos últimos años otros muchos, como antaño Gilberto Orellana, cuya actividad declarada, muchas veces cooperante, esconde su empeño misionero. La mayoría son estadounidenses aunque en sus filas figuran también algunos latinoamericanos. “La Administración Bush les alienta y su Embajada en Rabat les brinda, incluso, un cierto amparo”, afirma un diplomático europeo acreditado en esa capital.
¿Cuántos son? La prensa estima en 500 a los nuevos pastores, con frecuencia formados en tres universidades evangélicas de Estados Unidos, y esparcidos por todo el país. La cifra no sorprende a las iglesias reconocidas. Su desembarco inquieta hasta el punto de que el Istiqlal (Independencia), la segunda fuerza parlamentaria, interpeló, en mayo en ambas cámaras, al ministro de Asuntos Religiosos, Ahmed Taoufik sobre “la ofensiva evangélica”. “El pueblo marroquí (…) exige medidas concretas para garantizar su seguridad espiritual”, insistía At Tajdid, órgano de los islamistas moderados.
Taoufik echó balones fuera en su respuesta aunque su predecesor sí envió una circular a los oulemas para que pusieran en guardia a la población. Por esas fechas el Ministerio del Interior expulsó también a un pastor surafricano, Dean Malan, de Marraquech. Pero aunque les incomoda el activismo evangélico, a las autoridades les resulta difícil ir más lejos. A Rabat acuden importantes delegaciones de las iglesias evangélicas de Estados Unidos que se entrevistan con ministros. “Se benefician de un trato de favor porque nuestro majzen no ahorra esfuerzos para agradar a Bush”, asegura el semanario independiente Le Journal.
Gran mayoría de evangélicos
En su intervención parlamentaria Abdelhamid Aouad, del partido nacionalista Istiqlal, evaluó en 40.000 a los marroquíes convertidos y advirtió de que el objetivo evangélico era lograr que en 15 años, el 10% de la población fuese cristiana.
La cifra es muy exagerada. Jean-Luc Blanc, presidente de la Iglesia Evangélica de Marruecos, la que goza de reconocimiento oficial, la rebaja a “una horquilla de entre 800 y 1.000″, de los que sólo 200 serían católicos. “Es verdad que el número aumenta”. “Casi tocan a un pastor por converso”, subraya.
Los más optimistas de los pastores evangélicos entrevistados calculan que sus fieles se elevan a 3.500, a los que hay que añadir otros 500 católicos, anglicanos, etcétera.
Blanc establece dos categorías de conversos: “Aquellos que intentan vincularse a iglesias tradicionales y que son gentes acomodadas, muchos de ellos profesores o pertenecientes a profesiones liberales”.
“Los fundamentalistas cristianos predican más bien entre las clases desfavorecidas y se aprovechan de su debilidad para convertirles”, prosigue poniendo de relieve sus discrepancias con los misioneros anglosajones con los que apenas mantiene contactos.
Este pastor francés, que recibe a periodistas marroquíes, les explica que ni él ni los demás pastores o sacerdotes extranjeros con estatuto oficial hacen proselitismo. “Respetamos la ley”, recalca.
Pese a su prudencia acaba, de vez en cuando, perdiendo la paciencia cuando le preguntan si el militantismo evangélico supone un peligro para Marruecos. “Mire”, contestó en una ocasión, “la gran pregunta consiste más bien en averiguar si la libertad religiosa es una amenaza para Marruecos”. Blanc no responde a su pregunta pero sí lo hace Alí, pastor marroquí. “Es una libertad básica, pero la presión islamista hace que el Estado no se atreva a consagrarla en las leyes”.
El Pais
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