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junio 22, 2017

Pandillero predicaba en el mismo local que utilizaba para reunir el dinero de las extorsiones

Era buscado por privaciones de libertad y por casos de extorsión en Mejicanos.

"Todo se trataba de una muy bien elaborada pinta. El adoctrinador no era el guía que los demás imaginaban, sino un miembro de la ranfla nacional de la MS": PNC

El sujeto se reunía con un grupo de feligreses en un templo de la colonia Montreal de Mejicanos

Las autoridades policiales reportaron la captura de Edgar Mauricio Díaz Campos, de 38 años, alias Saico o Diablo de Villamariona, sobre quien pesan órdenes de captura por privaciones de libertad.

El sujeto, quien es integrante de la ranfla nacional de la MS, también conocido en la zona como Dany José Parada, predicaba en un templo de la colonia Montreal de Mejicanos.

Sin embargo, dicho local también era utilizado por el sujeto para reunir el dinero de las extorsiones a comerciantes de la zona, junto con los otros pandilleros de la clica de la que es parte.

El arresto lo realizaron miembros de la División Elite contra Crimen Organizado (DECO) de la Policía, como parte del cumplimiento del plan de arresto de cabecillas de pandilla, prófugos de la justicia.

Foto compartida por la PNC:
febrero 19, 2016

Miedo made in Honduras

La tasa de homicidios ha bajado veinte puntos. ¡Ajá!, ¿y los asaltos, robos, estafas, violaciones, abuso de niños, secuestros, extorsiones y los delitos de cuello blanco?

Este relato narra casos reales.

Se han cambiado los nombres y se han omitido algunos detalles a petición de las fuentes.

Escape

Doña Juana dejó su casa en un barrio de San Pedro Sula. Había vivido en ella treinta y dos años. Allí creció nacieron y crecieron sus hijos y allí enviudó. Pero su casa la querían los pandilleros y ella no pudo resistir más.

“Mira, ruca, te vas o te matamos a vos y a toda tu familia; ahora nosotros somos los dueños de esta casa”.

El terror se apoderó de doña Juana. Sin saber qué hacer o adónde ir, se le ocurrió dar cuenta a la Policía. Mala decisión. Media hora después de poner la denuncia, lo sabían los pandilleros. Esa noche le mataron un nieto. Lo encontraron al día siguiente, en un saco de nailon, amarrado de manos y pies, con dos balazos en la nuca y con señales de haber sido torturado.

“Mañana enterrás a tu nieto y pasado te vas de aquí”. El mensajero de la pandilla fue claro. Esa mañana de miércoles, resguardada por policías y militares, doña Juana salió de su casa. Como la mujer de Lot miró para atrás la última vez y su corazón se derritió en su pecho. Allí quedaban treinta y dos años de su vida. Lo peor es que no sabía adónde la llevaban los policías.

“Le vamos a dar protección, señora” –le dijo un oficial, pero después de dejarla en Tegucigalpa se olvidaron de ella, de su hija paralítica y de sus nietos. Doña Juana y su familia no solo son desplazados a causa de la criminalidad sino también, son refugiados de guerra, esta guerra civil no declarada que la gente honrada pierde cada día ante la poderosa delincuencia organizada y ante la justicia mediocre que se burla de las víctimas.

Impuesto

Temblando de miedo, don Carlos llamó a un número de teléfono del gobierno para denunciar una extorsión. Acababan de llevarle un teléfono con una llamada en espera. Cuando contestó, una voz deforme le dijo:

“A partir de esta semana le vas a pagar cinco mil varas de impuesto de guerra a la mara… El chavalo que te llevó el teléfono va a llegar cada viernes en la tarde… Si no pagás te morís”.

Y don Carlos se murió.

Amaneció muerto en su cama. El doctor dijo que fue el corazón. Su esposa dice que lo mató el miedo. Desde que recibió la llamada dejó de comer, no dormía, hablaba poco y pensaba solo en la forma en que recogería los cinco mil lempiras para la mara. Lo peor fue que dos muchachos estaban siempre frente a su negocio, como una advertencia clara de que esperaban el dinero el viernes. Pero ese viernes lo enterraron; él se murió el jueves. Hoy, su esposa administra el mercadito “porque no tiene de qué vivir, paga tres mil de renta semanal y lamenta que don Carlos haya sido tan débil. La Policía sabe que la están extorsionando, pero nada puede hacer la Policía. ¿Por qué? Ella no sabe ni le interesa saber. Paga y sigue con miedo. Nada más.

“¿Quién va a poner orden en Honduras?” –se pregunta la señora, y ella misma da la respuesta–: Nadie –dice–; aquí, o la Policía les tiene miedo a los mareros o los mareros les pagan a los policías… Eso es así”.

Julia

Trabaja en el mercado San Isidro desde hace cuarenta años. Compra y vende granos básicos y, a pesar del esfuerzo de tanto tiempo, su negocio no creció nunca.

“Pero me da para vivir –dice doña Julia, una mujer de sesenta y pico de años, de baja estatura, piel curtida por el sol y las penas, llena de canas y de ojos desconfiados–; con esto crié a mis hijos, los eduqué y ahora voy con los nietos. Es que a mis hijas les fue mal con los hombres”.

No compró carro nunca porque no pudo y viaja en bus. La han asaltado tantas veces que ya no se acuerda. De ida y de venida.

“Y los choferes son cómplices de los ladrones –dice–. Una vez, una mujer y su hija se tiraron del rapidito porque nos iban asaltando. La señora se murió. Eso fue allá por Villas del Sol. Desde ese día yo siempre dejo unos doscientos pesos por si me toca dárselos a los ladrones”.

Guardia

Don Julián trabaja como guardia de seguridad en un centro comercial. Cuida una farmacia. Tiene apenas seis meses de estar en ese puesto. Antes era albañil, “y de los buenos”. Pero ya no le dan trabajo a “la gente vieja” y una hija que se lleva bien con un coronel retirado le consiguió la “chamba” en la farmacia. El problema es que en esa farmacia mataron al guardia anterior. Lo mataron por robarle el arma.

“Yo paso ‘chiva’ –dice don Julián–, pero descuidos siempre hay y tengo miedo porque a veces pasan unos muchachos en un Honda Civic gris y me quedan viendo… Yo creo que un día me van a madrugar pero como no hay trabajo para un viejo como yo, pues, ni modo; tengo que seguir allí. Aunque tenga miedo tengo una familia que mantener…”.

Erick

Padece de los riñones desde hace veinte años y desde hace seis le hacen hemodiálisis. El problema es que ya no lo van a atender en el Hospital Escuela porque el gobierno ni paga ni les dio el dinero para la diálisis de los pacientes. ¿Qué va a hacer Erick?

“Esperar la muerte –dice, resignado–; nada más. ¿Qué le toca a los pobres?”

“Y, ¿no tiene miedo de morir?”

“A veces la muerte es lo mejor que le puede pasar a uno de pobre porque así con esta enfermedad uno es una carga para la familia… Si tuviera valor ya me habría cortado las venas o me hubiera metido un par de pastillas para curar frijoles…”

“Y, su esposa ¿qué le dice?”

“Mi esposa todo lo arregla llorando”.

No hay dinero para pagar la diálisis de los hondureños pobres que sobreviven casi sin esperanzas, pero sobra para que los funcionarios de gobierno viajen por el mundo más que Marco Polo y Juan Pablo II juntos. Y, según la Constitución, “la persona humana es el fin supremo de la sociedad y del Estado”.

“Para eso están las universidades –dice un catedrático de sociología–, para formar a la persona humana, al individuo y que el individuo formado, profesionalizado, sea un ente de cambio en la sociedad”.

Sin embargo, debería considerarse un crimen de lesa humanidad y de lesa patria que los que tienen el poder se olviden de invertir más y más en educación. Un ejemplo claro es la Universidad Nacional. Se gastan centenares de millones en edificios ostentosos y se deja de invertir en clínicas de cirugía dental, por ejemplo; clínicas en las que se forman los nuevos odontólogos de Honduras, clínicas que tienen instrumentos de los años setenta, con mangueras rotas, con sillas dañadas, sin una planta eléctrica, sin materiales adecuados, en fin, clínicas obsoletas que contrastan tristemente con los edificios multimillonarios que no satisfacen más que el ego babilónico de dos o tres megalómanos.

“Aquí se forma mi hija –dice un padre de familia que fue a denunciar a un asistente de cátedra por acoso sexual a su hija–, y me da miedo que se contamine, que se infecte con algún virus o bacterias porque en estas clínicas no hay la bioseguridad mínima necesaria en este tipo de aulas…”.

Camino

¿Adónde vamos?

“Los homicidios bajaron veinte puntos”.

“Pero la gente vive con miedo”.

“Ahora se puede caminar por las calles con seguridad”.

“¡Qué farsa más ofensiva!”

Hay que decirle eso a los usuarios del transporte público que van con el alma en un hilo porque en cada parada pueden subir los ladrones pistola en mano. Hay que decirles eso a las mujeres que esperan taxis para ir de sus casas a sus trabajos y que ruegan a Dios que en el taxi no vayan los violadores seriales que desde hace mucho tiempo secuestran a las pasajeras y las obligan a las más abyectas prácticas sexuales. A varias las han asesinado después de violarlas. Qué le digan esto a los padres de familia que salen a trabajar y no saben si volverán a su casa, hombres y mujeres que viven en barrios y colonias dominados por pandilleros y en los que no entra ni siquiera la gloriosa Policía Militar. Qué les digan eso a los vendedores ambulantes de pan que van gritando de calle en calle “¡Va el pan!” y que son asaltados por niños-delincuentes que se drogan y andan mejor armados que un oficial de policía.

Dice don Marco que él llegaba todos los días a una colonia a vender pan blanco, pero en una esquina, sentado en una piedra, más puntual que un enamorado, lo esperaba un pandillero.

“¿Me trajiste mis treinta?” –le decía.

“Sí, papa –le respondía don Marco–, aquí te los ando, pero dejame trabajar en la colonia… Mirá que el pan no es mío”.

“Ponete vivo, pues, o te pelo… Aquí la mara controla”.

Aparte del dinero, el muchacho necesitaba unas dos o tres bolsas de pan de vez en cuando. La ganancia de don Marco.

Un día, don Marco se puso de rodillas y oró:

“Señor, quita de mi camino a ese hombre que me hace tanto daño todos los días… Mira que a veces ni siquiera traigo el dinero para la comida de mi familia. Ya no aguanto más, Señor, y el miedo a que ese hombre me mate me consume… Pon tu mano santa, por favor”.

Don Marco no sabe si Dios escuchó su oración. En esa piedra donde esperaba todos los días a don Marco, el muchacho apareció muerto. Lo habían degollado. No se sabe quién. Dicen los vecinos que ya no lo aguantaban.

Miedo

El miedo es de las emociones más agobiantes que existen. Real o imaginario, mecanismo de defensa o de supervivencia, el miedo paraliza al ser humano, daña su calidad de vida y afecta gravemente el entorno familiar. Y Honduras vive con miedo. A pesar de que los homicidios han bajado, a pesar de que hay patrullas nuevas, un tazón de seguridad de miles de millones y, a pesar también, del cambio de uniforme de los policías.

¿Qué hacer?

“No se trata solo de criticar; hay que presentar soluciones”.

Las soluciones están en manos de los que tienen el poder, pero, ¿hasta cuando?

Los buenos somos más, pero los buenos tenemos miedo.

“Frente a mi casa vive un oficial de la Policía –escribe Fulano de Tal en un correo–, y vive como un magnate. Anda en camioneta del año, usa perfumes caros y anda un Rolex de verdad. ¿Da para tanto el salario de un oficial de Policía?”

Tal vez no, pero mientras se averigua esto, las calles seguirán tiñéndose con la sangre de los inocentes, muchos hogares vestirán de luto y miles de esposas, madres, huérfanos y viudos seguirán llorando… ¡Ah!, y la ATIC y la DPI seguirán peleándose los casos “porque los más fáciles son mejores”.

Es urgente que Dios haga algo porque está visto que el hombre es incapaz de dirigir siquiera su propio paso.

Gracias a los lectores y lectoras que escribieron sugiriendo este tema; gracias a quienes enviaron sus testimonios; gracias a quienes esperan domingo a domingo está sección de diario EL HERALDO

Fuente: elheraldo.hn