Solo éxitos cristianos anunciando la venida de Jesucristo

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julio 04, 2020

Ay de los pastores…

“¡Ay de los pastores que destruyen y dispersan las ovejas de mi rebaño! dice el Señor.”  Jeremías 23:1

“Porque la tierra está llena de adúlteros; a causa de la maldición la tierra está desierta; los pastizales del desierto se secaron; la carrera de ellos fue mala, y su valentía no es recta. Porque tanto el profeta como el sacerdote son impíos; aun en mi casa hallé su maldad, dice el Señor.”  Jeremías 23:10-11

En estos versículos, y en todo el capítulo 23, el profeta Jeremías revela que la maldición que estaban viviendo era resultado del pecado y de una vida contraria a la Palabra de Dios.

Lo que nos llama la atención, durante todo el capítulo, es que la ira de Dios es en contra de los falsos pastores, los que se corrompieron, traicionaron a sus esposas y familias, tergiversaron la Palabra de Dios, transformándola de manera que sirviera a sus propios intereses…

Los pastores y sacerdotes que debían vivir en santidad y en la disciplina de la Ley de Dios, se dejaron contaminar, es decir, la decadencia espiritual alcanzó a aquellos que debían ser los portadores de los fieles mensajes divinos y trabajar por la calidad de la fe.

Con mentiras, conducían a las personas a falsos caminos, las destruían espiritualmente y las dispersaban de la vereda de la rectitud.

“Y en los profetas de Jerusalén he visto torpezas; cometían adulterios, y andaban en mentiras, y fortalecían las manos de los malos, para que ninguno se convirtiese de su maldad; Me fueron todos ellos como Sodoma, y sus moradores como Gomorra.”  Jeremías 23:14

Hoy, en varios países, el número de evangélicos ha crecido exponencialmente.

En Brasil, hace 50 años, los evangélicos representaban del 2% al 3% de la población. Hoy, somos más del 30%, y se cree que dentro de unos años Brasil será un país con una mayoría evangélica.

Si, por un lado, estamos felices, inmediatamente nos preocupamos.
¿De qué sirve ser grande en estadísticas y pequeño en comunión con Dios?

Tenemos que trabajar para transformar cantidad en calidad, y eso solo será posible a través del nuevo nacimiento y del bautismo con el Espíritu Santo.


Obispo Eduardo Bravo
septiembre 18, 2019

¿Quién puede engañar a Dios?

¡Maldito sea el engañador que tiene un macho en su rebaño, y lo promete, pero sacrifica un animal dañado al Señor! Porque Yo Soy el Gran Rey —dice el Señor de los Ejércitos— y Mi Nombre es temido entre las naciones. Malaquías 1:14

¿Por qué existen muchas personas dentro de las iglesias, algunas incluso como pastores, obreros, miembros, pero que son maldecidos? ¡Porque han engañado!

Dios no es cualquier persona, no es como el ser humano. Dios es Santísimo. Y Él conoce todo a nuestro respecto. Dios sabe quién soy yo, quién es usted. Él conoce nuestros pensamientos, nuestras intenciones e inclinaciones de nuestra alma. ¡Él sabe todo!

Vea la alerta a través del profeta Jeremías:

Maldito el que hace la Obra del Señor con engaño… Jeremías 48:10

Dios está viendo la intención de su corazón, si usted realmente está sirviendo a Dios, y no a sí mismo. No se puede engañar. Él conoce perfectamente el corazón de cada uno.

El apóstol Pablo dijo:

Por esta razón hay muchos débiles y enfermos entre vosotros, y muchos duermen. 1 Corintios 11:30

O sea, muchos que murieron a causa de una falsa vida cristiana eran personas que, de forma espontánea, Le hacían una promesa a Dios, pero ofrecían otra completamente diferente, eran engañadoras.

El problema de una persona engañadora es que está tan acostumbrada a engañar a los demás que piensa que puede engañar a Dios.

Pero Dios Se define así:

…Yo Soy el Gran Rey —dice el Señor de los Ejércitos— y Mi Nombre es temido… Malaquías 1:14

Los engañadores no temen a Dios, y, a causa de esa falta de temor, son maldecidos.

Mi amiga, mi amigo, si usted se reconoce como alguien que vive en el engaño, aproveche este momento para rasgar su alma, para sacarse la máscara y humillarse delante de Dios, diciendo:

“¡Mi Dios, Te necesito! He sido hipócrita, mentiroso, engañador. Perdóname, ten misericordia de mí, porque soy inmundo. Quiero Tu compasión, quiero alcanzar una vida de acuerdo con lo que Tú deseas que alcance.”

Para quien se arrepiente y se entrega, de hecho y de verdad, la puerta está siempre abierta, porque el Padre no Se olvida de aquel hijo que Lo invoca desde la sinceridad.

Fuente: blogs.universal.org