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noviembre 16, 2017

Clérigo culpa a una menor de ser responsable de que la hayan violado


Un sacerdote ha desatado una polémica en Italia, al reprender a una joven diciendo que tuvo la culpa de que fuera violada por emborracharse y socializar con refugiados, informan medios italianos.

"Cariño, lo siento, pero te emborrachas repugnantemente y entonces ¿con quién te vas? ¿Con un norteafricano?", escribió en su cuenta de Facebook el cura Lorenzo Guidotti. "Lo siento, pero si te metes en un estanque de pirañas no puedes quejarte si pierdes una extremidad", agregó Guidotti, un clérigo de la ciudad italiana de Bolonia.

La semana pasada una joven de 17 años denunció ante la Policía que fue violada por un inmigrante, aparentemente de un país del norte de África. La adolescente había pasado la noche en una plaza de Bolonia con algunos amigos bebiendo alcohol. En algún momento de la velada la menor se encontró sola y un joven norteafricano le ofreció ayuda y la llevó a una parada de tren, donde fue agredida sexualmente. La víctima se despertó, a la mañana siguiente, semidesnuda y sin sus pertenencias.

"No reflejan los ideales de la Iglesia"

"Despertarte semidesnuda es lo mínimo que te pudo pasar", fustigó en su mensaje el sacerdote. "¿Comprendes que junto con el alcohol has injerido el discurso ideológico sobre 'darles la bienvenida a todos'?", agregó, en una aparente referencia a quienes apoyan y acogen a los refugiados e inmigrantes que llegan a Italia.

Tras la lluvia de críticas que le cayeron por esos comentarios, Guidotti se disculpó, pero aseguró que su intención no era atacar a la joven, sino que simplemente trataba de hacer entrar en razón a los menores y padres de familia de esa ciudad. Por su parte la Curia de Bolonia señaló que las declaraciones del sacerdote "corresponden a opiniones personales que no reflejan en modo alguno los ideales de la Iglesia".

Fuente: actualidad.rt.co


diciembre 07, 2016

Fernando Yañez cura acusado por abuso: La tentación es más grande (Audio)

En un audio que se hizo público en las últimas horas, un sacerdote que tenía a su cuidado a menores internados en un hogar en Argentina, admite haber abusado de ellos. “Uno está rodeado de varones y necesita cariño”, dice el sacerdote Fernando Yañez en un pasaje del audio, reseñó Clarín.

En agosto, la jueza Paula Arana, del primer Juzgado de Instrucción de San Rafael, procesó a Yañez, lo inhibió y ordenó un embargo de 20.000 pesos en una causa donde la Dirección de la Niñez, Adolescencia y Familia lo acusó de “abusos sexuales” contra dos jóvenes. Pero el cura quedó libre tras el pago de una fianza y continuó al cuidado de los menores.



Fuente: lapatilla.com
febrero 27, 2016

A doña María se le borró la cara

Una decena de ancianos minados por la lepra sobrevive al paso del tiempo en el último leprosario de México

Hace ya mucho tiempo, frente al espejo, María Cárdenas vio borrarse su rostro. Ocurrió lentamente, con una cadencia casi bíblica. Un ojo se nubló, luego se le hundió la nariz, le siguieron las orejas, la barbilla se deshizo y hasta los dedos desaparecieron. Todo eso pasó, pero ella, ante el espejo, seguía viéndose como la chica de 14 años, huérfana y alegre, que era antes de ser devorada por la lepra y apartada del mundo.

Han transcurrido 63 años y María, que ya es Doña María, sigue de buen humor. Indestructible, la anciana ha salido a un patio lleno de sol para celebrar la fiesta de La Candelaria. Bajo los aligustres, se ha sentado junto a Lucio, de 86 años, otro paciente de cara borrada. Ambos van en silla de ruedas. A su alrededor aletean los médicos y enfermeros del último leprosario de México, ahora llamado Hospital Dermatológico Doctor Pedro López. Les abrazan y tocan continuamente. El cariño forma parte del tratamiento contra el estigma que acompaña a la lepra. “Aunque se cure, margina a quien la sufrió, a su familia y al propio lugar donde se descubrió”, afirma el director estatal de Vigilancia Epidemiológica, Víctor Torres.

El sanatorio forma una isla extraña. Su creación fue decidida por el presidente Lázaro Cárdenas tras una protesta de enfermos que exigían un lugar donde ser atendidos. El general, impresionado por aquella marea de tullidos en el Zócalo, expropió una rica hacienda en Zoquiapan (Ixtapaluca), en el Estado de México, y se la otorgó, bajo dirección médica, a los propios pacientes. El 1 de diciembre de 1939 abrió sus puertas uno de los experimentos más singulares de América.

En sus 34 hectáreas, llegaron a convivir 680 personas. De pabellones amplios y ventilados, el lugar se volvió a una pequeña ciudad para los afectados y sus familias. Disponía de campos de cultivo, escuela, iglesia, ambulatorio, zapatería, barbería, casino y hasta una cárcel de cinco celdas custodiada por un paciente-policía. Los internos vivían en una burbuja, con sus propios ritmos. Había bailes, deportes, kermés. En algunos casos, hasta se casaban. Doña María lo hizo. En Zoquiapan conoció a su marido, otro leproso, y con él tuvo siete hijas. “Fueron buenos años. Antes de perder mi pierna izquierda, a mí me encantaba bailar, lo hacíamos en el comedor, nos ponían El zopilote mojado o La Rielera. Y anda que no nos divertíamos”, recuerda María.

Esta efervescencia empezó a languidecer a finales de los cincuenta. Los leprosarios se volvieron un sinsentido ante el avance médico. Aunque es una enfermedad de incubación lenta, cuyos síntomas puedan tardar 20 años en aparecer, las combinaciones de fármacos la hicieron curable y el cuidado a los afectados redujo drásticamente su transmisión. El bacilo, que se contagia por las gotículas nasales y orales de enfermos no tratados, inició el camino de su desaparición en México (175 casos en el último año). Y lo mismo ocurrió con Zoquiapan.

Poco a poco, dejó de haber ingresos y la ciudad de los leprosos se redujo hasta quedarse en una comunidad de 11 ancianos aislados. A su alrededor, como en sus vidas, se dibuja ahora un paisaje en retirada. En los pabellones habita el abandono y sólo un último reducto de casas, con sus flores y palmeras, mantiene la ficción de la normalidad. “Sienten melancolía, mucha, de cuando eran jóvenes y se divertían en este lugar”, dice la encargada de la atención médica, Isabel Quirós.

Los internos, con secuelas graves, ya son demasiado mayores para moverse. Casi ninguno camina, y los que pueden, no tienen con quien salir. En este lento ocaso, ladean la cabeza y guardan largos silencios. Todos, menos María. Ella, desde su silla de ruedas, sigue adelante. Se ha puesto un gorro rosa y unas gafas de sol negras. “Soy muy enamoradiza”, suelta. Y luego rompe a reír. Se hace tomar del brazo por el doctor Torres y el periodista, e implora que le canten algo. El médico, a duras penas, se arranca con una ranchera. Cuando acaba, Doña María, desafiante y mexicana, rompe con La Rielera. El corrido revolucionario hace callar a los congregados. Una voz dulce y casi infantil surge de la anciana. Yo soy rielera / tengo mi Juan / él es mi vida / yo soy su querer. Es María Cárdenas ante el espejo; huérfana y alegre.

Fuente: elpais.com