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agosto 07, 2016

Envío de correo electrónico a Dios cuesta us$7.97

Una o dos veces al día, rabinos imprimen los correos electrónicos y los introducen entre las grietas del Muro de los Lamentos.

Cuando hoy en día todo es comercio, el envío de un correo electrónico a Dios cuesta US$7.97 dolares.

Jerusalén para los peregrinos y demás turistas, Jerusalén es una escala obligada, donde millones de personas visitan cada año el Muro de los Lamentos, el lugar más sagrado del judaísmo, entre cuyas milenarias piedras judíos y no judíos introducen papeles con oraciones a la espera de que Dios escuche sus plegarias.

Pero hoy por hoy, gracias a Internet, ya no es necesario trasladarse a Israel para practicar el antiguo ritual.

Gracias a una página de Internet puesta en marcha por las autoridades religiosas israelíes (www.writingtogod.com) es posible enviar un mensaje a Dios desde cualquier parte del mundo. Una o dos veces al día, los rabinos encargados del complejo sagrado imprimen los correos electrónicos y los introducen entre las grietas del Muro. El servicio cuesta US$7.97 por mensaje.

“Tratamos de acercar el muro a la gente”, explica un rabino ante el “Kotel”, como llaman los judíos al lugar en hebreo. Según asegura, a las autoridades judías no les molesta que sean cristianos muchos de los que introducen mensajes en el Muro de los Lamentos: “Ya se dice en Isaías que el Templo es casa de oración para todos los pueblos”.

Y es que el “Kotel”, un resto del antiguo muro de contención del complejo en el que se levantaba el destruido Templo de Israel, tiene también un gran significado para los cristianos, por formar parte del lugar del que Jesús, según el Evangelio, expulsó a latigazos a los mercaderes que comerciaban en la “Casa de Dios”.

Además, la compañía telefónica israelí Bezek dispone de un número de fax (+97225612222) para enviar mensajes al Muro. Miles de personas escriben cartas dirigidas a “Dios, Jerusalén” o “El Muro”, que funcionarios de Correos entregan regularmente a los rabinos.

Fuente: Prensa Libre
febrero 01, 2016

De ‘sin papeles’ a héroe en París por salvar rehenes del comercio judío

Lassana Bathily, emigrante de Malí, ocultó a clientes del comercio atacado por un yihadista

 Lassana Bathily abandonó su pueblo de Malí con apenas 14 años para buscar una vida mejor en París. A punto de ser expulsado en 2009, logró el permiso de residencia a fuerza de no ceder en su empeño por integrarse. Se convirtió en héroe nacional hace justo un año: es el empleado del supermercado judío atacado el 9 de enero de 2015 por el yihadista Amedy Coulibaly que escondió a varios clientes y ayudó a la policía a asaltar el comercio para poner fin a la toma de rehenes. Su historia dio una nota de esperanza a una Francia aturdida por los ataques. Siguió una lluvia de homenajes, del presidente estadounidense, Barack Obama, al primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, y recibió la nacionalidad francesa por decisión del presidente François Hollande.
A punto de cumplirse un año del ataque, Bathily ha escrito un libro autobiográfico, en venta desde este miércoles, intencionadamente titulado No soy un héroe (Je ne suis pas un héros; de la editorial  Flammarion). “No he hecho nada más que ayudar a mis compañeros y a los clientes que estaban en peligro”, explica ahora Bathily, de 25 años, en un despacho de la editorial en París frente al Teatro de Odeón. “Cuando los periodistas insistían en que era un musulmán que salvó a judíos, no sabía ni qué responder. No pensé en la religión en ningún momento, sólo en ayudar a seres humanos como yo”, insiste.
En el libro recuerda su viaje y trayectoria desde su pueblo de Samba Dramané, en una región remota pegada a Senegal, hasta las precarias condiciones de vida una vez alcanzado el sueño europeo y la avalancha mediática y de homenajes que siguió a los ataques de enero.
Aquel 9 de enero, Bathily se encontraba en el sótano del Hyper Casher de Porte de Vincennes, al este de París, colocando los alimentos en la despensa. Se tenía que dar prisa, porque como cada viernes dejaba el trabajo a la una para ir a la mezquita. Eran las 12.45 cuando Coulibaly, que la víspera había matado a una policía en la periferia sur de París, entró en el supermercado. Bathily oyó los disparos y vio cómo varios clientes se refugiaban en el sótano. Escondió a seis de ellos, incluido un bebé, en la cámara frigorífica y propuso escapar por el montacargas. Ninguno se animó y Bathily decidió huir solo.
“En aquel momento yo pensaba que eran los hermanos Kouachi”, los autores dos días antes de la matanza en la revista Charlie Hebdo, que ese día estaban atrincherados en una imprenta en las afueras de París. El montacargas estaba en el primer piso, lo accionó para que bajara a pesar del tremendo ruido que hacía. Verificó que no había ningún terrorista en su interior. “Cuando subía mi corazón latía a toda velocidad, me podían estar esperando a la salida”, cuenta. Corrió hasta la salida de emergencia y logró escapar sin ser visto. “Tuve suerte, Dios me ayudó”, dice.
Pero su pesadilla no acabó allí. Una vez fuera, la policía tomó a Bathily por un cómplice de Coulibaly. “Mi vida corrió casi más peligro fuera que dentro. Si no hubiese obedecido a la policía me podían haber matado”, recuerda. Pasó una hora y media esposado en un furgón policial donde le interrogaban, hasta que unos compañeros de trabajo se acercaron y confirmaron su identidad. Identificó las llaves del local para las fuerzas de seguridad, les dibujó en detalle los planos del supermercado y ayudó a lanzar el asalto de la forma más segura posible. Cuatro personas murieron durante la toma de rehenes, ninguna de ellas durante el asalto.
Bathily trabaja ahora por las tardes para el Ayuntamiento de París, en el estadio de atletismo de Charlety. Por las mañanas sigue clases de francés para mejorar su nivel. Vive en un pequeño apartamento. Se encuentra a escasos metros de la sala Bataclan, atacada el pasado 13 de noviembre por otros yihadistas que mataron en el local a unas 90 personas. “Justo antes del ataque pasé por delante, vi a la gente que entraba al concierto y me fui a cenar con unos amigos”, recuerda. “A la vuelta oímos los disparos, estábamos a 100 metros, nos refugiamos en un bar hasta las cinco de la mañana”, dice. “Pensé en los rehenes, en que el tiempo iba a pasar muy despacio para ellos”.
Los atentados del pasado noviembre y la cercanía del aniversario de los de enero han reabierto la herida, pero Bathily es un optimista y quiere seguir avanzando. Una vez finalizada la promoción de su libro, quiere concentrarse en la fundación que ha creado para fomentar la ayuda al desarrollo a África. Con el tiempo quiere trabajar también en la sensibilización de los jóvenes para prevenir la radicalización. Y en lo personal, seguir progresando. “He llegado a Francia con un visado de turista, he estado sin papeles y he logrado integrarme. Pero no acaba aquí, quiero seguir mejorando. El combate continúa”.

Fuente: elpais.com