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enero 03, 2020

Sacerdotes confiesan su amor y cuelgan la sotana para contraer matrimonio

Pablo ejercía como sacerdote en Argentina y a los 40 años dejó el sacerdocio e hizo pública su homosexualidad. Después de enfrentar diversos obstáculos se casó con Oscar, un organizador de eventos.

Pablo cuenta a Vice que como cura conoció y tuvo relaciones con otros hombres.Su primera experiencia homosexual la tuvo a los 21 años mientras cursaba el seminario para ser sacerdote.

A la casa donde vivía junto al resto de sus compañeros, llegó un chico colombiano que venía de intercambio. Con él, se miraban de otra manera. “Ojo de loca no se equivoca”, diría más tarde su marido. Después de buscarse el uno al otro, el colombiano, como lo llama para no comprometerlo ya que sigue siendo cura, entró en su habitación y le propuso un juego: ambos tenían que cerrar los ojos y simular ser ciegos para reconocerse los cuerpos con las manos.

Esa noche, por primera vez, Pablo tocó el cuerpo de otro hombre.Al poco tiempo él se volvió para Colombia. Varios años después me enteré de que estaba en el Vaticano. «Fui varias veces para allá, pero por alguna u otra razón él nunca estaba.A ese mal timing Pablo lo llama “gracia divina”.

Pero como Dios los cría y el viento los amontona, mucho tiempo después, en su último viaje de estudios al Vaticano, se reencontró con el colombiano. Ahí estaba ese muchacho, ya no un recuerdo regurgitado por años sino todo un hombre de voz profunda y acento fascinante con un alto puesto eclesiástico.

En ese viaje que, sin saberlo, sería su último como parte de la Iglesia, Pablo y el colombiano tuvieron la oportunidad de terminar lo que habían arrancado como seminaristas en Buenos Aires casi una década atrás. Una noche que recuerda tibia, los dos sacerdotes cogieron puertas adentro de la Santa Sede.

«Mis padres no eran creyentes. Pero a los 10 años, cuando murió mi mamá, me mudé a Salta donde me criaron mis tías. Ellas me hicieron tomar la comunión y confirmarme. Inculcaron en mí una espiritualidad que marcó el primer rumbo de mi vida. Arranqué como asistente de un cura que me convenció para ir a un retiro espiritual.

Aunque al principio no me cerró, al año siguiente me metí en el seminario. Terminados mis siete años de estudios, me ordené en Salta y ahí arranqué como sacerdote». La profesión lo obligó a estar en constante movimiento. El noviciado le tocó en la misión del Mato Grosso de Brasil. Después vino el diaconado en Montevideo, Uruguay.

La lista sigue, pero aunque en su camino conoció una envidiable cantidad de lugares, sus ocho años en el colegio San Agustín, en la Ciudad de Buenos Aires, son los favoritos de su vida eclesiástica. Ahí, además de sus tareas como sacerdote, ejerció como docente. Como los demás curas eran bastante mayores, Pablo era el encargado de los jóvenes. Con muchos de sus alumnos conserva hasta hoy una relación estrecha. Varios, incluso, estuvieron en su casamiento.


Además de todas sus tareas para la pastoral y el colegio, que le exigían casi la totalidad de su tiempo, de alguna manera se las arreglaba para interrumpir cada tanto su celibato. Pero para contrarrestar la naturalidad con la que lo cuenta ahora, insiste en que no era algo que pudiera vivir con ligereza.


Pablo en un tono igual al de los sermones que daba en la misa mensual a la que todo el alumnado estaba obligado a ir— que todavía no era cura pero hoy lo es, vino a confesarse conmigo. Estaba arrepentido de haber tenido relaciones con otra mujer que no era su esposa. En ese momento casi le cuento mi situación. Pero no me atreví. Ambos estábamos en falta. Los dos habíamos traicionado nuestros votos sagrados pero de alguna manera lo mío era peor.


La paranoia de estar viviendo lo que sentía como una doble vida lo hacía desvivirse en precauciones. Si se encontraba con otro hombre era siempre en algún telo de Provincia, nunca de CABA, por miedo a que alguien lo reconociera.

Incluso prefería no ir con su auto ante la posibilidad de que su patente lo delatara. Para hablar con hombres tenía una cuenta de Facebook alternativa con un nombre falso que no le viene a la mente. Cierra los ojos y, en una asociación rápida, recuerda el apellido: Gutiérrez, como la calle del colegio y la iglesia desde la que mandaba los mensajes.

Fuente: elbog.