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julio 21, 2018

"Conseguí que se sentencie a 63 años de cárcel al sacerdote que me violó": Jesús Romero, el joven que logró un castigo histórico en México por pederastia contra el cura Carlos López Valdés

"Fue un camino muy difícil y con muchas trabas. Pero, por fin, después de diez años de denuncias conseguí que se sentencie a 63 años de cárcel al sacerdote que me violó por años".

Quien cuenta esto es Jesús Romero, un psicólogo mexicano de 35 años, víctima de los abusos del sacerdote Carlos López Valdés, de 72.

López Valdés acaba de ser condenado a pasar más de seis décadas entre rejas, en una sentencia que el abogado de la víctima considera "histórica" por ser la primera contra un cura pederasta en Ciudad de México.

Tras conocerse la sentencia, la Arquidiócesis Primada de México aseguró que mantendrá "tolerancia cero" frente al delito de pederastia y que tiene plena disponibilidad para colaborar con las autoridades para procurar la justicia.

Jesús Romero era monaguillo de la Parroquia de San Agustín de las Cuevas, al sur de la ciudad, cuando el sacerdote comenzó a abusar de él.

La primera vez fue en una casa de campo en Cuernavaca a la que el cura lo invitó a pasar un fin de semana, con el permiso de sus padres.

"Mis padres siempre fueron muy creyentes y confiaron en él. Nunca se imaginaron que alguien que consideraban un hombre de fe, un portador de la moral, fuera a hacerme eso", dice.

En la casa de campo le pidió que se durmiera en la misma cama. Entonces tenía 11 años, el sacerdote 50.

En la madrugada sintió que el sacerdote le tocaba los genitales, pero no entendía bien que pasaba y creyó que fue sin querer, que lo hizo dormido.

Pero los abusos continuaron.

"Primero me obligaba a hacerle sexo oral. Después comenzó a penetrarme", le explica el hombre a BBC Mundo.

Fuente: bbc.com
octubre 24, 2016

“¿Arrepentirme de qué? Soy buena gente”

"No he matado ni robado a nadie. No necesito ningún Dios que me perdone"

“¿Sabemos de qué seríamos capaces en una situación extrema a la que nunca nos hubiéramos enfrentado? ¿Somos realmente quienes creemos que somos?” Con estas preguntas comenzaba el programa Redes de Eduard Punset (TVE) en el que Philip Zimbardo, psicólogo de la Universidad de Stanford, exponía su famoso experimento en el que buenas personas se convirtieron -en apenas cinco días- en horribles tiranos tras exponerlas a un entorno de poder e inmunidad. Pero, ¿Y nosotros? ¿Hubiéramos actuado de un modo diferente? La historia ha demostrado que si se dan las circunstancias precisas, cualquiera de nosotros puede ser mucho más siniestro de lo que sospechamos. Es muy fácil criticar el mal de otro en circunstancias que no hemos enfrentado. Y es fácil no ver nuestro mal cuando no ha sido puesto a prueba.

Puede resultar autogratificante consideranos buenos al compararnos con quienes  consideramos peores que nosotros. Tampoco es extraño sentirnos buena gente cuando no estamos lo suficientemente comprometidos con la justicia o hacemos lo que la mayoría de la gente ¿O acaso no soy cómplice de que los negocios que respetan los derechos de sus trabajadores estén cerrando porque prefiero comprar en otros más baratos que sabemos que no los respetan? ¿No es hipócrita ir luego a manifestarnos por los derechos laborales? ¿No criticamos aquello que no es tan distinto de lo que hacemos nosotros?

Supongamos que podríamos mandar a otro planeta a todos los asesinos, agresores, terroristas, violadores y ladrones... quedándose aquí sólo la gente "normal" ¿Sería un mundo libre del mal? Lléndose los muy malos ¿Ya no habría odio, egoísmos y traiciones? ¿Viviríamos en una película de Walt Disney? Sabemos que no.

Eliane Brum dice en El País: “El tiempo de las ilusiones ha llegado a su fin. Ningún acto de nuestra vida cotidiana es inocente. Al pedir un café y pan con mantequilla en la panadería, nos implicamos en una cadena de horrores causados a animales y a humanos involucrados en la producción. […] La descripción de las atrocidades que cometemos de forma rutinaria puede seguir aquí a lo largo de miles de caracteres. Comemos, nos vestimos, nos entretenemos y nos transportamos a expensas de la esclavitud, de la tortura y del sacrificio de otras especies y también de los más frágiles de nuestra propia especie. […]

Hay varias implicaciones profundas en una época en la que el conocimiento no libera, sino que condena. [...] ¿Qué haremos, subjetivamente, ahora que estamos condenados a ver? […] Queda el cinismo, siempre el último reducto. Decir que, ante el hecho de que más de 7.000 millones de seres humanos ocupan el planeta, un número en aumento, no hay otra forma de comer y vestirse que no sea mediante la explotación, la esclavitud y la tortura es la afirmación más obvia. Es la afirmación expandida utilizada para todas las desigualdades de derechos. Desde que no sea yo —o uno de los míos— el sacrificado, no pasa nada [1]”
"El silencio ante el mal no es ser inocente. No actuar es hacer algo" Bonhoeffer

Siempre podemos creernos buenos y quitar hierro al asunto. Pero las ofensas son reales e importantes (y esto lo tenemos claro cuando la agresión es contra nosotros). Que todo el mundo participe de un mal no hace que ese el mal sea menos grave. Eso es lo que todos pensaban cuando la esclavitud era socialmente aceptada... y podías beneficiarte de ella.

En cuanto a la moralidad y responsabilidad de nuestros actos, tampoco es lo mismo contra quien se comente la ofensa. No es igual aplastar una flor, a una mosca o a una persona. Matar o hacer daño a una persona es algo mucho más grave. Y el problema del mal y del pecado (una orientación negativa de nuestra existencia) es que nos puede parecer poca cosa si nos comparamos con otros que consideramos peores. Pero el problema es que nuestro mal es una ofensa principalmente contra Dios mismo. Y esto lo convierte en algo más grave. En primer lugar porque un mal contra nuestro prójimo es también una ofensa contra Dios. Y Dios es justicia. No es un señor bobalicón de barca blanca al que nada le importa.

La Biblia es realista al afirmar que "si decimos que no hay pecado en nosotros nos auto engañamos y estamos diciendo algo que no es verdad. Pero si reconocemos ante Dios que hemos pecado, podemos estar seguros de que él, que es justo, nos perdonará y nos limpiará de toda maldad” (1ª Juan 1, 8-9). La seguna parte de este texto bíblico es una noticia extraordinaria. Michael Ots comenta: “Jesús experimentó voluntariamente la ira de Dios ante el asesinato, la violación y el abuso de menores. También hacia el egoísmo, la falta de honestidad y el chismorreo recayó sobre Jesús. Jesús experimentó en la cruz las terribles consecuencias del mal […] Dios se enfada con la gente que nos hace daño porque nos ama. Eso también quiere decir que también se enfada con nosotros cuando, a causa de nuestro egoísmo, hacemos daño a los demás. Dios debería descargar su ira sobre nosotros. Lo asombroso es que, cuando Jesús murió, él asumió sobre sí lo que nosotros merecíamos [2]”

[1] Eliane Brum ¿Todo inocente es un hijo de perra? El País. 2 de marzo, 2016

[2] Michael Ots ¿Qué tipo de Dios...? Andamio, 2014, pp. 104 y 108

Por Delirante.org